viernes, 29 de julio de 2016

DISCURSO DEL MÉTODO


No me refiero al discurso de Renato Descartes, sino al nuestro, al de las personas que respiramos a la izquierda, en una situación en la que la política se ha mineralizado, y la inmovilidad se encubre con declaraciones ingeniosas o bravías generadas en los laboratorios de imagen de los partidos.
Gaetano Sateriale, en un texto que conocemos – como en tantos casos anteriores – por gentileza de José Luis López Bulla (1), explica cómo el sujeto político “sindicato” no solo puede ser simultáneamente reformista y radical, sino que (“en cierta fase”, puntualiza) es indispensable que lo sea.
Es obvio que nos encontramos en esa “cierta” fase. En la elaboración de un proyecto político, no solo el sindicato sino todo el conjunto de territorios emergidos y sumergidos que constituyen el patrimonio de la izquierda en un sentido amplio y plural, tienen la obligación moral de ser radicales, si más no para contrarrestar la radicalidad de signo contrario de una derecha venenosa (la de Donald Trump, la de Marine Le Pen, la de Recep Tayyip Erdogan, la de Viktor Orban, la de José María Aznar). Es necesario partir de un proyecto ambicioso, global, de largo respiro como dicen los italianos, capaz de ofrecer soluciones adecuadas a todos y cada uno de los graves problemas que nos aquejan, así en el interior del estado-nación como en la aldea global.
Pero un proyecto radical no puede ser un adorno de mesa camilla; es necesario hacerlo avanzar. Estamos en un bucle, en este momento. Atascados en un frente inmovilizado, con extensiones interminables de alambradas, de casamatas, de puntos neurálgicos de resistencia. No fue posible retirar un monumento al alférez provisional de Madrid, no hay permiso administrativo para buscar los restos de Federico García Lorca en Andalucía, y Patrimonio da largas al entierro de dos fusilados antifranquistas en el Valle de los Caídos, a pesar de todas las declaraciones de intenciones previas. Ningún consenso, ni la uña del meñique. “Voluntario ni pa' cagar”, decíamos los quintos cuando hice la mili.
En una situación así, el único método posible para una política de izquierdas es la acumulación de fuerzas concreta y la superioridad momentánea de efectivos en uno u otro punto del proyecto ideal. Pequeños pasos en la dirección deseada. Reformismo a partir de una costosísima acumulación de esfuerzos hercúleos y de una inteligencia siempre alerta para no atascarse en las contrapartidas que rápidamente suscitan las otras partes implicadas dentro de un contexto en el que nunca se regala nada. Posibilismo.
Yo utilicé este término en otro post, “Se busca una izquierda posibilista”, y Javier Aristu glosó mi búsqueda en una reflexión sensata acerca de las diferencias existentes entre una renovación de las élites y una renovación o refundación del sistema (2). Aristu apunta ahí las connotaciones “nefandas” del término posibilismo. Puede que las tenga, no fui consciente de ellas al escribirlo. Pero en todo caso, tal como el propio Javier lo defiende, se trata de un posibilismo en las antípodas mismas del oportunismo. Se trata de dar pasos, pasos medidos, cortos sin duda pero firmes, en dirección a unos objetivos lejanos pero nunca perdidos de vista en todo el proceso de avance.
Ese tendría que ser el método. Y en el proceso de acumulación de fuerzas y de concreción de alianzas para cada nuevo jalón que nos aleje del pantanal en el que estamos sumergidos, pierde todo significado la cuestión de si estamos haciendo reformismo o radicalismo. Hacemos praxis, valga la redundancia implícita. Lo que no tiene sentido es el imposibilismo, el esperar con los brazos enérgicamente cruzados a plantear nuestro bello programa de máximos en el momento en el que surja en el horizonte una improbable epifanía empujada por un nuevo sujeto histórico que nacerá como Atenea equipado con todas sus armas, de modo que nadie ha de preocuparse de preparar su aparición.