El Capitán Haddock
no sabe dónde colocar al agente Fernández de la Sureté Nationale. Ha hecho un
esfuerzo para colarlo de forma subrepticia en la presidencia del Congreso, y
las protestas de sus aliados eventuales han rebasado el límite permisible de
decibelios. Fernández no daba la imagen necesaria de renovación (él sigue ahí
desde la época del canalillo) ni de concordia (al menos hasta que la mordaza
sea considerada un elemento concordante). Después de descartar asimismo la
opción de Nuestra Señora del Amor Hermoso, que sí daba la imagen apetecida pero
podía traer problemas en el momento de moderar desde la mesa una sesión
encrespada por los radicales, los insolventes y los rastas, Haddock se ha
replegado a favorecer la nominación de la querida Castafiore, a cambio de
algunos favores bajo mano al odioso separatismo catalán. Todo ha sido muy
provisional y precario; a día de hoy, Fernández se dispone a encarcelar a los
pactantes insumisos, y Haddock aún no ha decidido si irá por fin al envite de
la candidatura. Vaya o no vaya, podría haber quemado inútilmente a Castafiore
si la legislatura no prospera y se hace necesario recurrir a unos terceros
comicios.
Ahora es el papa
Bergoglio (¿quién se habrá creído que es, ese hombre?) quien veta al agente
Fernández como embajador de España en el Vaticano. El papa está algo resentido
por el espionaje de que han sido objeto sus finanzas, y es sabido que a
Fernández la fontanería de los pinganillos ocultos le pone como una moto. A
pesar de la piedad indiscutible del todavía agente de la Sureté, Bergoglio preferiría
con mucho como embajadora a Nuestra Señora del Amor Hermoso, con la que
mantiene relaciones cordiales y que nunca ha dado muestras de inclinación a
filtrar a la prensa adicta pruebas acusatorias manipuladas contra rivales
políticos. El capitán Haddock podría ahora mismo intentar, también, proponer para el
puesto vaticano a Lolita Cospedal, la pizpireta sobrina del profesor Tornasol,
con la que tiene otro serio problema de reubicación en el organigrama. Pero es
de temer un nuevo rechazo tanto por parte del escamado Bergoglio como de la
curia en pleno, habida cuenta de que está formada íntegramente por varones
célibes temerosos de las posibles implicaciones en sus impolutas hojas de
servicio de la traviesa injerencia de toda clase de lolitas de uno y otro sexo.
Un serio problema
para Haddock. Tal vez habrá de recurrir a los buenos oficios del audaz
reportero Tintín, para atemperar la frialdad vaticana. Tintín, que ha prestado
relevantes servicios al Estado durante largos años, aunque bajo los colores de
una escudería distinta a los azules de Haddock, aceptaría con gusto un destino
tan a la medida de sus capacidades y de sus aficiones reconocidas. Y el
nombramiento podría contribuir a aflojar nudos muy prietos que dificultan en
las actuales circunstancias una investidura a lo grande.