Cabalgan de nuevo
los vendedores de matadolores patentados y de crecepelos milagrosos, que
después de ponderar sus productos en la plaza mayor del pueblo con
acompañamiento de charanga, se esfuman entre dos luces antes de que el cliente
compruebe la utilidad real del mejunje recién adquirido.
Lo ha hecho Nigel
Farage, el líder del UKIP, en la estela de David Cameron y de Boris Johnson, dos
tories especialistas en juegos
malabares que sostuvieron hasta el final que el Brexit traería la afluencia a
los bolsillos de las clases populares británicas. Ahora que llega el momento
del cobro de las facturas pendientes ya no les apetece ponerse al frente del
país a tirar del carro; pero nadie podrá quitarles lo bailado en aquel cuarto
de hora estelar de audiencia récord en el live
show en prime time.
Después de los
bonos basura y de los empleos basura, han llegado los políticos basura, el
cortoplacismo político de usar y tirar. Han llegado para quedarse… por lo menos
en los anales, aunque caso por caso los implicados se vean obligados al final
de la función a escapar río abajo por el Mississippi, a fin de que los aldeanos
enfurecidos no les den trato de alquitrán y plumas, o les apliquen sin
contemplaciones la ley de Lynch.
Cabe preguntarse por
qué los desfachatados seducen a las audiencias, a pesar de todo. Se sabe de
sobras que son deshonestos, mentirosos, egoístas, corruptos, logreros; tal vez
enternecen por el hecho de aportar un punto de emoción, un toque de glamour a
la insipidez de las vidas monótonas de aquellos grupos sociales, cada vez más
amplios, cuyas únicas perspectivas de futuro están tejidas con la materia de
que se fabrican los sueños. Hay una relación obvia entre la llamarada de
indignación social, de un lado, y la apetencia de un remedio drástico y
milagroso basado en el castigo ejemplar de “los otros”. “Los malos”, Rajoy dixit.
En el momento de
elegir a sus políticos, cabría plantear al país la disyuntiva que ofrecía sor
Juana Inés de la Cruz a los “hombres necios” que bailan el agua a las mujeres
frívolas y al mismo tiempo critican su falta de recato: «Queredlos cual los
hacéis, o hacedlos cual los buscáis.»