Los fanatismos de
todo tipo recorren las redes sociales. Ante un hecho tan alarmante, no faltan
las voces que reclaman la supresión sine die de las redes sociales, la
prohibición tajante de su utilización clandestina con fines fanatizables y la
condena a muerte con tacha añadida de infamia para quienes incumplan un veto tan
inequívocamente justo.
Pensábamos en los
animalistas como personas afables, empáticas, solidarias. Error. La muerte en
la plaza de Teruel del torero Víctor Ruiz ha despertado los peores instintos de
algunos de los defensores proclamados de la amabilidad con nuestros hermanos
mudos. Han dicho de todo al muerto. Un cosmonauta virtual afirmó que, de darse
estadísticamente con mayor frecuencia el resultado de Teruel, él y mucha gente
más se animarían a acudir a los festejos de las plazas de toros.
Lo que propone no
es ningún invento nuevo, sin embargo. Muchos siglos antes de la nacencia de
Curro Cúchares, en los coliseos del imperio romano se amontonaba a los
cristianos, esa ralea, y luego se les soltaba a leones hambrientos que se
explayaban con ellos para regocijo del selecto público. Franco hizo algo
parecido en las mismísimas plazas de toros de nuestra piel del toro, durante la
guerra que por alguna razón desconocida se conoce con el nombre de “civil”: él
no utilizó a cristianos y leones, sino a hombres, mujeres y niños republicanos
y a ametralladoras, pero el principio era el mismo.
También por las
redes se ha lanzado la campaña #todossomosmessi. No es cierto, claro, si todos
lo fuéramos la Roja no habría quedado apeada de la Eurocup en octavos. Pero la
idea que está detrás de una afirmación tan ridícula es la de cerrar filas
contra una amenaza exterior a nuestras esencias. El fanatismo es un mundo muy cerrado
en sí mismo, muy pequeño, siempre alerta ante posibles intrusos que vengan a
enturbiar la integridad prístina de nuestros prejuicios arraigados. Es un pequeño mundo
integrista.
El remedio no está
en clausurar las redes sociales, por supuesto, sino en clausurar los fanatismos.
Los fanatismos se curan con dosis de cultura, de sensatez, de objetividad y de
comprensión humana hacia quienes sostienen ideas y opiniones que no compartimos.
Un día
descubriremos que España no es el país mejor del mundo ni el sitio del planeta donde
mejor se vive. Que la fiesta de los toros no es la quintaesencia de la
españolidad, y quienes están en contra de ella no lo hacen debido a turbios
conspires promovidos por quienes atentan contra nuestros valores eternos. Que el
Real Madrid, y alternativamente el FC Barcelona, no son ni la trayectoria
inmaculada de una gloria deportiva luminosa ni la prueba definitiva de un
señorío que se extiende más allá del club mismo.
Etcétera.
Ya está bien de,
parapetados en las redes o, lo que es incluso peor, en los medios de comunicación
afines – con mención especial de los de propiedad de la iglesia católica, una
institución que tiene especialidad en anatemas y excomuniones a cuantos
fanáticos no coinciden con su propio integrismo –, tirar a degüello al vecino tal
y como vienen haciendo en público y para edificación de su parroquia los
energúmenos del Daesh.