martes, 12 de julio de 2016

MILITANTES HISTÓRICOS


Estuve ayer en Sant Medir y en el nuevo Espai Fabra habilitado en la antigua fábrica textil Fabra Coats, como invitado a la celebración del Consejo Confederal de CCOO y del “cuarentenario” de la asamblea que, sostienen los historiadores, marcó un punto de inflexión en la historia del sindicalismo en España. Yo había estado allí, yo era por tanto un “histórico”.
Mi recuerdo de la asamblea es muy confuso. Fue una de tantas. Teníamos problemas en la empresa, y fuera de la empresa tratábamos de coordinar y encauzar conflictos en otras del mismo ramo, sujetas al mismo convenio colectivo y con categorías profesionales similares. No teníamos conciencia de estar haciendo nada histórico, solo la vaga sensación de que había demasiadas reuniones y de que las discusiones eran demasiado largas. Una asamblea en domingo, una ausencia más de la casa en la que me echaban de menos Carmen y nuestros dos hijos, la mayor de cinco años y el pequeño de tres, era un abuso del destino, aunque no nos resistíamos al atractivo de ver de cerca y oír hablar a Marcelino, a Nico, a Julián, ellos sí míticos, ellos sí históricos.
No recuerdo casi nada de la asamblea en sí. Hacía mucho calor, estábamos los compañeros de Barcelona en un rincón atrás, cerca de la puerta. Posición estratégica para salir a echar una meada. Para fumar, no; entonces se fumaba dentro, sin complejos. Una espesa nube de humo flotaba sobre los presentes. Había mujeres, pero muy pocas, muy militantes, con una rabia muy comprensible por afirmar la presencia de su sexo y hacer sentir un protagonismo ganado a pulso aunque a veces pareciera una concesión graciosa de los varones (no nos regalan nada, como se encargó ayer de recordar Maruja Ruiz).
Las intervenciones fueron muchas. Se notaba que algunos no tenían nada que decir, pedían la palabra para que estuvieran presentes por transparencia sus siglas políticas, para figurar en el acta para la posterioridad. El asunto de organizarnos en sindicato no importaba tanto; a muchos nos parecía una opción burocrática y sobre todo una tarea más, prolija y prolongada, que iría a recaer sobre las mismas espaldas. Lo que éramos, ya lo llevábamos dentro.
No alcanzábamos a más, ni oler siquiera la historicidad fundamental del acto. En cuanto a ser nosotros mismos “militantes históricos”, supongo que aceptábamos la posibilidad a regañadientes. A fin de cuentas todo lo que pasa es histórico, y cada cual de los que estábamos allí tenía una responsabilidad concreta, una tarea sobre la que dar cuenta. Pero estábamos en una clandestinidad organizativa (dábamos la cara en todas partes, pero como expresión “espontánea” de un malestar laboral y nunca político), y la idea de llegar algún día a tener un cargo remunerado en una organización con cara y ojos era tan solo un sueño lejano incluso para los más conocidos y respetados de entre nosotros. No considerábamos a las comisiones obreras como una dedicación a tiempo completo, como un medio de vida. Nuestro medio de vida era el trabajo profesional, y el sindicalismo un a más a más, en el que creíamos con rabia y al que nos agarrábamos con fuerza, pero en todo caso como un ideal colectivo, no como una opción de vida individual.
La trascendencia del movimiento era colectiva y anónima, nuestra militancia individual no fue ni histórica ni trascendente en sí. Hicimos historia, sí, en alguna medida; pero siempre pensando en el día a día. “La verdad es concreta”, tenía escrito Bertolt Brecht en un cartel puesto delante de los ojos, en su escritorio. Nosotros fuimos concretos.