Recuerdo a medias
un poema de Bertolt Brecht en el que decía que el tanque es una máquina de
guerra perfecta salvo por un detalle: necesita un conductor. El conductor es,
en último término, quien acciona el mecanismo; y por muchos lavados de cerebro
que haya padecido, dispone en tanto que humano de un criterio para elegir entre
el On y el Off. Lo hemos visto en Turquía, como hace unos años lo vimos en
Tiananmen.
La política, la mala
política que prevalece en todas partes pero, entre todas ellas, precisamente
aquí, está concebida como un tanque. Su defecto es que se trata de un artilugio
dependiente en último término de un consenso humano. A falta de consenso, es aún
posible forzar la máquina mediante tirones autoritarios y estrategias de
amedrentamiento, pero ese recurso último también encuentra un límite.
Maquiavelo dejó dicho que para que una amenaza sea efectiva, quien la formula debe
tener los medios para cumplir lo amenazado. Otra personalidad, ignoro cuál
porque los coleccionistas de citas la atribuyen a diversas fuentes, siempre
incluido Churchill entre ellas, vino a decir que es posible engañar a todo el
mundo durante un tiempo, y a una persona siempre, pero no es posible engañar siempre
a todo el mundo. La mala política lo intenta todos los días, pero no puede
alardear aún de haberlo conseguido.
Regenerar la
política en España va a ser difícil; reparar los destrozos padecidos durante
cinco años nefastos, sin contar los anteriores que no fueron para tirar
cohetes, una obra de romanos. El malestar incubado en estratos amplísimos de la
población va a pasar toda clase de facturas.
La principal de
esas facturas es seguramente el desengaño de la política profesional y la
tentación del bricolaje, el “hágalo usted mismo”. Si la autoridad política no
impone normas o no las hace cumplir, retales sueltos y variopintos de sociedad
la sustituyen y marcan sus propias líneas rojas, sus prioridades particulares y
a veces esperpénticas. El gobierno en funciones no tiene ninguna política
definida en relación con nada que no sea su propia supervivencia. Su posición
es la del perro del hortelano, no hace nada y además prohíbe que se haga. La
oposición se diluye entonces en conglomerados de (por ejemplo) soberanistas
catalanes, ecologistas, animalistas, episcopalistas, “manos limpias” y perseguidores
de pokemon go móvil en mano, cada uno de ellos con una concepción del Estado
propia y muy precisa, en la que no caben prioridades distintas, ni componendas,
ni mediaciones. El desgobierno por parte del poder político multiplica las urgencias
y las reivindicaciones de una sociedad mal gobernada que ha dejado de creer en
otra solución diferente de la de tomar las cosas en propia mano y sin esperar.
No es imposible
aún, a 18 de julio, a ochenta años justos del trauma originario de nuestra
sociedad escindida, impulsar un movimiento político amplio de renacimiento de
la política entendida como conexión íntima de las instituciones con el sustrato
humano que las sustenta. Una Gran Coalición que no deje fuera a nadie: ni a los
radicales, ni a los insolventes, ni a los soberanistas, ni a los nostálgicos de
Franco: solo a los que saquean las arcas públicas envueltos en la bandera roja
y gualda.
Y así empezar a
poner en marcha un país sin vetos ni líneas rojas; bajos y bien bajos todos los
puentes levadizos.