lunes, 18 de julio de 2016

EL MALESTAR EN LA POLÍTICA


Recuerdo a medias un poema de Bertolt Brecht en el que decía que el tanque es una máquina de guerra perfecta salvo por un detalle: necesita un conductor. El conductor es, en último término, quien acciona el mecanismo; y por muchos lavados de cerebro que haya padecido, dispone en tanto que humano de un criterio para elegir entre el On y el Off. Lo hemos visto en Turquía, como hace unos años lo vimos en Tiananmen.
La política, la mala política que prevalece en todas partes pero, entre todas ellas, precisamente aquí, está concebida como un tanque. Su defecto es que se trata de un artilugio dependiente en último término de un consenso humano. A falta de consenso, es aún posible forzar la máquina mediante tirones autoritarios y estrategias de amedrentamiento, pero ese recurso último también encuentra un límite. Maquiavelo dejó dicho que para que una amenaza sea efectiva, quien la formula debe tener los medios para cumplir lo amenazado. Otra personalidad, ignoro cuál porque los coleccionistas de citas la atribuyen a diversas fuentes, siempre incluido Churchill entre ellas, vino a decir que es posible engañar a todo el mundo durante un tiempo, y a una persona siempre, pero no es posible engañar siempre a todo el mundo. La mala política lo intenta todos los días, pero no puede alardear aún de haberlo conseguido.
Regenerar la política en España va a ser difícil; reparar los destrozos padecidos durante cinco años nefastos, sin contar los anteriores que no fueron para tirar cohetes, una obra de romanos. El malestar incubado en estratos amplísimos de la población va a pasar toda clase de facturas.
La principal de esas facturas es seguramente el desengaño de la política profesional y la tentación del bricolaje, el “hágalo usted mismo”. Si la autoridad política no impone normas o no las hace cumplir, retales sueltos y variopintos de sociedad la sustituyen y marcan sus propias líneas rojas, sus prioridades particulares y a veces esperpénticas. El gobierno en funciones no tiene ninguna política definida en relación con nada que no sea su propia supervivencia. Su posición es la del perro del hortelano, no hace nada y además prohíbe que se haga. La oposición se diluye entonces en conglomerados de (por ejemplo) soberanistas catalanes, ecologistas, animalistas, episcopalistas, “manos limpias” y perseguidores de pokemon go móvil en mano, cada uno de ellos con una concepción del Estado propia y muy precisa, en la que no caben prioridades distintas, ni componendas, ni mediaciones. El desgobierno por parte del poder político multiplica las urgencias y las reivindicaciones de una sociedad mal gobernada que ha dejado de creer en otra solución diferente de la de tomar las cosas en propia mano y sin esperar.
No es imposible aún, a 18 de julio, a ochenta años justos del trauma originario de nuestra sociedad escindida, impulsar un movimiento político amplio de renacimiento de la política entendida como conexión íntima de las instituciones con el sustrato humano que las sustenta. Una Gran Coalición que no deje fuera a nadie: ni a los radicales, ni a los insolventes, ni a los soberanistas, ni a los nostálgicos de Franco: solo a los que saquean las arcas públicas envueltos en la bandera roja y gualda.
Y así empezar a poner en marcha un país sin vetos ni líneas rojas; bajos y bien bajos todos los puentes levadizos.