lunes, 4 de julio de 2016

DIÁLOGO POR UN TUBO


Tengo la sensación de que la rotura del diálogo social consecuente a las sucesivas “reformas” (ánimas benditas me santiguo yo) del mercado de trabajo, ha derivado en la rotura de los cauces que en épocas pasadas eran habituales para el diálogo político. ¿Recuerdan aquella revista tan influyente en los años de la transición, “Cuadernos para el Diálogo”?
No me digan que lo social es una cosa y lo político otra distinta que no tiene nada que ver con la anterior, porque sí tiene. Desde los primeros y sustanciales éxitos del fordismo como sistema de organización del trabajo, y sobre todo desde el establecimiento en los imperios occidentales, durante la llamada Gran Guerra europea, de la “economía de guerra”, concebida como una movilización para la producción y en definitiva para la victoria de todos los recursos humanos disponibles, hombres, mujeres y niños, en el imaginario de las naciones el Estado fue adquiriendo la forma de una gran empresa colectiva, científicamente ordenada para incrementar la producción y el nivel de vida. Los escritos de Lenin y de Gramsci muestran, por otro lado, hasta qué punto la metáfora caló en las mentes más agudas de la izquierda. Pero detrás de aquel sueño había una pesadilla, el totalitarismo, y el régimen nazi llevó el aprovechamiento de “todos” los recursos humanos para la causa al extremo de fabricar jabón con los restos de los judíos gaseados en unos campos de exterminio científicamente concebidos. Bajo el régimen franquista las cosas no llegaron tan lejos, pero rondaron por los aledaños; puede leerse al respecto lo que cuenta Almudena Grandes, sobre la base de testimonios fidedignos, en “Las tres bodas de Manolita”.
No insisto en el argumento. Mantengo, sin embargo, que la rotura deliberada y culpable de las vías del consenso y la negociación en el terreno sociolaboral ha acentuado la deriva autoritaria de la política en nuestro país. Tenemos un presidente de gobierno hermético, que ni dialoga con la oposición ni contesta a casi nada de lo que se le pregunta desde los medios. Anunció después de las segundas elecciones una nueva era de diálogo por doquier, y hasta el presente solo se sabe que se ha reunido con Coalición Canaria. No han trascendido tampoco las conclusiones de la reunión.
Las fuerzas políticas se han encastillado en sus posiciones, sean estas de fuerza o de debilidad. Han repintado con apresuramiento las viejas líneas rojas. Reaccionan mal a cualquier pequeño movimiento que suponga una modificación de los presupuestos previamente acordados: ahí está la respuesta, característicamente bronca, de los barones de Ferraz a la iniciativa de Iceta de un referéndum catalán “a la canadiense”.
Los estados mayores se aprestan a la negociación inevitable sacando a relucir las albaceteñas con determinación agresiva. De cualquier posible pacto se excluye ya de entrada a Unidos Podemos, a pesar de que su representatividad, en la caja mágica de la soberanía nacional y en los gobiernos de autonomías y ayuntamientos de un gran peso en el conjunto, es imposible de desconocer. Pero se han alzado los puentes levadizos. Vamos mal.
Sería necesario introducir al país, en coma y con las constantes vitales para el arrastre, en una Unidad de Cuidados Intensivos, y allí entubarlo para suministrarle respiración y alimentación asistida. Ya que no existe otra forma de alcanzar el objetivo necesario de recuperar la salud, el tratamiento prescrito para nuestros políticos ha de ser, inexcusablemente, el del diálogo por un tubo.