A un mes vista (exacto,
en el día de hoy) de las segundas elecciones generales consecutivas, empieza a cobrar
cuerpo la posibilidad de unas terceras. Hubo algunas alharacas insustanciales cuando,
a la vista de los segundos resultados, cundió la interpretación de que Mariano
Rajoy había hecho gala de una visión estratégica superior a la de sus rivales,
lo cual le permitía posicionarse con ventaja de cara a la formación de un nuevo
gobierno de coalición.
Esperanzas vanas. La
visión estratégica de Rajoy es lo más parecido posible a un encefalograma
plano. Lo suyo, se ha repetido ya en varias ocasiones en este blog y nunca lo
han desmentido los hechos, es “estar” en los sitios, de ninguna manera “hacer”
cosas. En el estar, es un genio; en el hacer, una nulidad. La física de Rajoy
es la estática, la doctrina de los cuerpos en reposo. Como Wellington ante
Napoleón y Montgomery ante Rommel, su doctrina estratégica consiste en ocupar
una posición ventajosa, fortificarla al máximo, y no moverse de ahí. “Estar”,
en una palabra. Con todas las consecuencias. Concesiones al rival, ninguna;
experimentos tácticos, tampoco, ni siquiera con gaseosa. Todo trillado, todo
sobre carriles.
Napoleón o Rommel (o
Fischer o Kaspárov) percibían al vuelo el error táctico en un movimiento enemigo,
y encontraban la forma fulminante de castigarlo sin dar tiempo a una rectificación.
Era el triunfo de lo agudo sobre lo obtuso. Pero los obtusos acabaron por encontrar
el contraveneno. Si no había movimiento, no había error posible; toda la
táctica consistía en atrincherarse y aguantar mecha. Incluso con superioridad
numérica y de pertrechos; mayor razón aún para agazaparse y dejar todo el
desgaste al enemigo.
El hecho de que no
todas las partidas (soberanamente aburridas) del ajedrez actual entre maestros
de máxima categoría concluyan en tablas, se debe sobre todo a la sabia medida
de la limitación del tiempo disponible para cada jugador. La obligación de
mover pieza sin consumir todo el tiempo del reloj conduce a errores y a
derrotas imprevisibles. Pero Rajoy no tiene obligación estricta de mover pieza,
y no la mueve. Tampoco tiene limitaciones de tiempo, o en todo caso no las
percibe, o no le importan. En sus cuarteles generales ha prendido la idea
peregrina de que unas terceras elecciones consecutivas le darían la mayoría
absoluta. Tal vez sí, o tal vez no. En cualquier caso, el protocolo establecido
para la investidura seguirá siendo el mismo. No habrá ninguna diferencia
sustancial entre el palo y la zanahoria ofrecidos a los rivales, y el encargado
de seducir a Pedro Sánchez para obligarle a ceder no será el mismo Rajoy, y ni
mucho menos a partir de puntos de acuerdo programáticos. Los agentes seductores
se llamarán González, Solana, Almunia, Chaves y Zapatero. El cementerio de
elefantes, en pleno. Mariano Rajoy no moverá ni un dedo.