domingo, 10 de julio de 2016

EL AUTISMO COMO VIRTUD POLÍTICA


Dice Mariano Rajoy que ya está bien de tanto tiempo sin gobierno, y ha mandado al PSOE el recado de que deje de marear la perdiz y se abstenga pronto para que él pueda gobernar en condiciones de una vez.
Es decir, que no ha habido un terremoto electoral el 20D con una réplica suavizada el 26J; que el Brexit no ha sido para tanto; que los parámetros de la política económica, fiscal, internacional, siguen siendo los mismos que eran; que la corrupción y el saqueo del patrimonio público son esas cosas de las que nos enteramos por la prensa; que la fabricación desde Interior de pruebas falsas contra políticos de la oposición es una bagatela que no exige una dimisión y por lo demás ni siquiera vale la pena mencionar. Etcétera.
En este universo marcado por la levedad más insoportable, no tienen una existencia real ni Unidos Podemos ni los diversos movimientos de las mareas y de Compromís. Son, para utilizar la imagen de un analista que en otro tiempo solía argumentar con mayor sensatez, un caleidoscopio de formas y colores que se componen y se recomponen de forma vistosa, pero sin sustancia.
La sustancia, a lo que parece, solo existe dentro del PP, y el PP tiene prisa por volver a formar un gobierno de mayoría absoluta sin mayoría absoluta. No se va a renovar, no va a cambiar de política (“estamos en el buen camino”), no escuchará ninguna objeción. Sol Gallego ha escrito en elpais que Rajoy se comporta de manera parecida al trío de las Azores, al elegir la política más devastadora y más rica en daños colaterales sin entretenerse ni por un momento en considerar posibilidades menos dañinas para la ciudadanía.
La de Rajoy es una política autista, pendiente solo de sí misma, de su lógica interna inflexible. Lo curioso es que ese autismo tiende a contagiarse a las demás opciones del abanico parlamentario. Rivera estaba dispuesto a apoyar a un PP sin Rajoy y con propósito de enmienda, pero ahora dice que nunca ha vetado a Rajoy y que los propósitos de enmienda son susceptibles de una reconsideración a mucho más largo plazo. Unidos Podemos se afirma en la oposición consecuente y berroqueña, y esperará una nueva oportunidad dentro de cuatro años, dos con suerte si el número que sale del bombo de la lotería es el de una legislatura corta. Ya conocemos este tipo de posicionamiento, de ocasiones anteriores: la idea de acumular fuerzas en la oposición para irse cargando de razón y de votos futuros. ¿Se ha hecho una contabilidad aproximada de los réditos que ha ofrecido históricamente esa estrategia? Están a la vista los desastres de los últimos cuatro años de gobierno Rajoy: la espiral del desempleo, la degradación de los salarios y de las condiciones de trabajo, los déficits rampantes en los servicios sociales, los desahucios con nocturnidad, el saqueo de los fondos de pensiones, las multas que preparan los amiguetes de la UE por los incumplimientos sucesivos de la norma suprema del déficit presupuestario.
Alguien puede considerar acertada la práctica de un lampedusismo puesto cabeza abajo: no cambiar nada para que todo cambie. Los más proclives a una idea de ese tipo parecen ser los socialistas, mientras deshojan la margarita entre una abstención combativa para que Rajoy gobierne con cuidadito porque lo vigilamos, y las praderas floridas de unas terceras elecciones en las que tanto sufrimiento se verá compensado por un aluvión imparable de nuevos votos de los jóvenes, de los parados, de las mujeres, de los emigrantes y de los comunistas.
Claro, de no ocurrir así las cosas, sería cuestión de ajustar mejor los instrumentos de medición de la realidad de que disponemos. Me refiero a los instrumentos de medición de la “realidad”, no de los vaivenes electorales, que son una cosa diferente: no se debe confundir el espejo con los objetos que este refleja con más o menos distorsiones.
He aquí una sugerencia gratis et amore, así para los socialistas como para los podemitas, los comunistas irredentos, los sindicalistas y los militantes de los movimientos sociales, todo ese magma caleidoscópico que pugna por ordenarse en torno a prioridades y vectores de actuación concretos. ¿Por qué dejarlo para luego? ¿Por qué no ajustar ya ahora los instrumentos de medición de la soportabilidad de la situación para el enorme, y creciente, colectivo de los damnificados de la política?
Ahora, por favor. Antes de que Rajoy vuelva a ser investido.