Cualquier poderoso considera
preferible saltarse la ley a cumplirla, cuando olfatea un negocio redondo. Acatar
las leyes es de mindundis, el poderoso de verdad apura hasta el fondo la
plenitud de la vida libre de ataduras en una pradera sin ley. Ríanse de Liberty
Valance, los auténticos forajidos tienen nombres tales como Tony Blair y Josemari
Aznar. Ellos dos concibieron un teatrillo para hacer ver que habían agotado
todos los prerrequisitos estipulados antes de declarar la guerra a Irak. Ahora
se descubre que nunca ocurrió así, que mintieron a las personas que les habían
elegido y a las que representaban. ¿Y qué? Será cierto que no hay plazo que no
se cumpla ni deuda que no se pague, pero eso suele sucederles sobre todo a los
plazos para la prescripción; y en cuanto a las deudas, al poder le basta con
echar mano del tesoro, siempre a su disposición, y como último recurso a los
fondos para las pensiones. A los pensionistas, que les dé un repaso verbal
Andrea Fabra. Y mucho ojito con protestar, que me estoy fijando.
Blair ha pedido perdón,
con un retraso casi eterno y cuando el pastel ha sido descubierto en todos sus
extremos. Lo ha hecho más que nada por la forma, retrucando que de todos
modos el mundo es un lugar mejor sin Saddam Husayn. Aun siendo verdad, y no me
duelen prendas para reconocerlo, no es “toda” la verdad. Toda la verdad sería
que el mundo también habría mejorado notablemente sin la presencia de Blair, de
Aznar y del comandante en jefe de los dos, George W. Bush, que fue quien les
metió en la faena. No se percibe que el trío de las Azores haya deparado a la
humanidad globalmente considerada ningún progreso, ni siquiera un solo momento
de felicidad. Ni Aznar ni Bush han pedido perdón, de todos modos. Su compi
británico debe de parecerles un mariquita; sin prepotencia y chulería, el poder
pierde su auténtico sabor.
Vayamos ahora a un
poderoso de otro tipo, Didier Lombard. Era el presidente de France Telecom (hoy
Orange) en 2007, y se propuso eliminar 22.000 empleos en tres años. Ya saben
ustedes que, en el mundo de los grandes negocios, siempre aparecen puretas inoportunos
que se empeñan en chafar la guitarra a los grandes boss. Eso irrita a quienes
ejercen el poder. Cuando alguien tiene un plan grandioso y los medios (oscuros)
para llevarlo a cabo, nada fastidia más que alguien te venga con mamandurrias
de leyes laborales y convenios colectivos. Lombard se enfrascó en una política
de reorganización drástica, con métodos que han sido calificados de “brutales”
y de “acoso moral”. «Conseguiré las salidas de una manera u otra, quienes no
salgan por la puerta saldrán por la ventana», alardeó ante testigos. En tres
años, salieron “por la ventana” 60 (sesenta) personas.
La justicia siguió
su curso (lento); el caso aun no ha sido instruido del todo, pero parece que ya
está casi a punto. La fiscalía de París ha pedido el procesamiento de Lombard
más otros seis colaboradores directos. Aún no se sabe cuál será la postura definitiva
del juez instructor. La abogada de la empresa se ha mostrado “desagradablemente
sorprendida” por la petición fiscal, pero en todo caso, afirma, se trata solo
«de una etapa más del proceso». Según ella, no hubo tal brutalidad en los
métodos. Todo ha sido un bulo interesado y malicioso. Los/las sesenta suicidas,
se supone, ejercieron libremente su derecho a decidir. Que les den otra dosis
de Andrea Fabra.