jueves, 28 de julio de 2016

LA DEBILIDAD Y LA AUDACIA


Un gobierno en funciones es por definición un gobierno débil. La debilidad se acentúa en el caso español por el procesamiento individual de muchos personajes conspicuos vinculados al partido gobernante, e ítem más, desde hace unas horas, del mismo partido como colectivo, por destruir pruebas de la corrupción que aseguraba estar combatiendo. La nueva situación compromete una investidura que se preveía favorecida por la brillante estrategia de Mariano Rajoy en el interregno entre dos elecciones: estrategia que ha consistido, como ya reconocen hasta los más obcecados, en no hacer nada.
No hacer nada ha sido siempre el desiderátum de Rajoy, y ahora ve llegado el momento dulce de hacerlo sin remordimientos, puesto que tiene un gobierno débil, minoritario, acosado por una jueza cuyo primo hermano es militante de IU (es el diagnóstico de Celia Villalobos sobre el tema de los discos duros destruidos) y, por si fuera poco, en funciones.
Mariano Rajoy no hará nada en esta situación. Como siempre. Tampoco irse. Según un comentarista político, ha perdido la percepción de la realidad política que le rodea. Habida cuenta de aquella declaración suya de los hilillos de plastilina cuando la marea negra del Prestige en la cornisa cantábrica (¡en 2002!), es lícito sospechar que no la ha perdido, porque nunca la tuvo.
Algunos oportunistas han visto en la debilidad del gobierno la ocasión para la audacia de un golpe de mano. Me refiero a la mayoría oficial del Parlament de Catalunya, que en medio del marasmo y de las fuertes calores pone en marcha la desconexión de España con la finalidad última de prevenir un descalabro en la cuestión de confianza prevista para finales de septiembre. En otras épocas se llamaba a este tipo de recursos “serpientes de verano”; todos los agostos, a falta de noticias suculentas con las que llenar la primera plana, comparecía el monstruo del lago Ness fotografiado por un turista con una cámara de foco no demasiado ajustado, y otros congéneres de otros lagos de diversas geografías. Con la rentrée política, no se volvía a hablar más de ellos. Eran monstruos vistos y no vistos.
No es probable que ocurra lo mismo con las cabriolas estivales del señor Puigdemont. Él ha forzado una decisión del 51% del Parlament (un 47% del voto registrado), y ha partido el país en dos: los “buenos”, a los que representa, y los “malos”, más en número, a los que ignora. A eso lo llama “democracia”, pero la democracia siempre ha exigido tener en cuenta a los “malos”, porque también ellos tienen derechos de ciudadanía. De otro lado, democracia implica responsabilidad de los dirigentes políticos por sus actos, hasta las últimas consecuencias. Esa responsabilidad les será exigida a Puigdemont y adláteres, antes o después.
No ya por el desprestigiado Tribunal Constitucional, que también; sobre todo por el pueblo de Catalunya, tan invocado desde un esencialismo estetizante art déco, y tan engañado, manipulado y ninguneado cuando lo convoca a la rebelión este nuevo género de flautistas de Hamelin.