martes, 19 de julio de 2016

APRENDICES DE BRUJO


Tal y como era de temer, el principio de la especulación extrema ha traspasado las fronteras del reino de las finanzas globales y se ha extendido en mancha de aceite por otros terrenos que en principio parecían compartimientos estancos inmunes al contagio. Uno de ellos es el fútbol, tal y como se ha demostrado en la última Eurocup. Uno tras otro los partidos concluían empatados a cero, y en la mayor parte de los casos también las prórrogas resultaban estériles, de modo que ambos contendientes dejaban al azar de los lanzamientos de penalti la suerte de la clasificación.
No es tema de una gran importancia, pero sí lo es que el mismo riesgo especulativo, el mismo no hacer los deberes cuando procede y fiar el resultado al azar de un evento incierto, se ha dejado sentir en el campo de la política. Y por la puerta grande. Nada menos que en la madre patria de la política pragmática, la Gran Bretaña, en la que en tiempos imperiales nada se dejaba al azar (la gestión diplomática era reforzada por la cañonera, al modo de los clásicos palo y zanahoria), y con un asunto de primer orden: la pertenencia o no al bloque de la Unión Europea.
David Cameron no ha inventado nada, tenía delante de los ojos el ejemplo que necesitaba para su brujería: Artur Mas. En los dos casos se ha dado el mismo órdago a la autoridad superior, el mismo amago de golpe, no para dar sino para obtener un beneficio sustancioso por amenaza interpuesta. En el caso de Mas, frente al Estado español; en el de Cameron, frente a la Unión Europea. Los dos proponían un referéndum para perderlo y lucrarse con las compensaciones ofrecidas en una campaña tensa, conflictiva y trufada con grandes dosis de demagogia por ambas partes.
La característica de los especuladores globales (los bancarios en primer lugar, sus aprendices de brujo después) es asumir en primera persona el riesgo de otros. Personalmente no arriesgan nada; las ingenierías financieras les han permitido colocar sus propias inversiones a buen resguardo, tal vez en paraísos fiscales; cuando se lanzan al todo o nada, lo hacen jugándose el capital (dinerario, sentimental, político) de otras personas, y con total conciencia de que, de una manera u otra, estas últimas acabarán por perderlo en todos los casos posibles. Ellos, por su parte, están situados del otro lado de la barrera de seguridad.
Lo asombroso ha sido la falta de cobertura de un riesgo tan enorme en una jugada tan azarosa como era el referéndum del Brexit. Una y otra parte clamaron en contra de la UE: «Europa nos roba.» Se airearon por una y otra parte datos falseados de la contribución británica a la prosperidad europea. Unos reclamaron la salida por dignidad, y otros la permanencia con condiciones severas. Todos contaban con un único resultado posible del referéndum. Wolfgang Streeck lo ha señalado de pasada con una frase feliz: el gobierno carecía de un plan B, y los partidarios del Brexit nunca tuvieron un plan A.
Tanto se manipuló a la opinión que la opinión decidió el No a Europa. Desde el día siguiente, se empezó a pedir a gritos una rectificación. Por el camino quedó la carrera política truncada de Jo Cox, muerta en un acto de campaña en Leeds, como demostración de que los excesos de demagogia nunca son inocentes, que traen consecuencias reales e irreversibles. Nadie, que yo sepa, ha asumido las culpas por ese crimen idiota.