Anabel Díez firma
en la sección de Política de elpais un artículo titulado «El PSOE y Podemos
cierran las puertas a entenderse aunque fracase Rajoy». No parece que se trate
de especulación ni de intoxicación; los hechos que se narran, en particular el
cruce de insultos entre algunos diputados en el acto solemne de constitución de
las cortes, son tan penosos que renuncio a transcribirlos. Las dos formaciones
siguen con los puentes levadizos alzados, y sin la menor intención de bajarlos.
Ahora todo se reduce, pues, a un pulso para ver quién capitanea las tareas de
oposición durante la próxima legislatura. Si eso es hacer política, que venga
Togliatti y lo vea.
Existe otra
izquierda, sin embargo. Algunos opinantes consideran que Pablo Manuel Iglesias
y las Mareas son una cosa y la misma. Error equivalente a decir que son lo mismo la ola de fondo y la espuma que la corona. Iglesias ya ha dado
de sí, probablemente, todo lo que podía dar en política; mientras la fuerza de
las mareas se consolida en las ciudades rebeldes, a la espera aún del momento
de dar el salto – el de verdad – a la política nacional.
Es ya dolorosamente
evidente que Iglesias no es un político sino un líder mediático, que baraja los
programas y los resetea continuamente en busca de un titular de prensa; que se
siente a gusto en las campañas electorales, pero no en el día a día laborioso
que exige la puesta en práctica de un proyecto de cambio con cara y ojos. La
torpeza inicial de igualar bajo el mismo rasero de la “casta” a populares, socialistas
y comunistas, desde la idea de que la correlación de fuerzas es algo tan etéreo
que puede transmutarse a golpe de entrevistas en los medios, se ha ido
agravando por la pertinacia en no elegir entre amigos y enemigos y empeñarse en
mantener abiertas todas las opciones, que es tanto como bloquearlas todas. Iglesias parte de la idea de una "gente" transversal que no es de derechas ni de izquierdas, sino de Iglesias. Si la primera bofetada de la realidad no le ha bastado para recapacitar, no tardará en recibir la segunda.
Del lado del PSOE,
se percibe un desconcierto fenomenal. Sigue instalado en la perspectiva de
2006, en la gestión prudente de lo existente cuando lo existente ya no existe,
en la necesidad de sacrificios en aras de un estado del bienestar que se fue
para no volver, en la confianza del buen entendimiento con una Unión Europea de
tinte socialdemócrata en la que los Almunia y los Solana no tienen ya voz, ni
peso, ni repuesto. El PSOE ha cerrado los ojos a los efectos del terremoto
profundo desencadenado a partir de la quiebra de Lehman Brothers en 2008: a los
rescates bancarios, al endurecimiento de la gobernanza europea, a las imposiciones
de cambios constitucionales nocturnos y de tapadillo que su propio líder
Zapatero se encargó de implementar. Hoy sigue empeñado en un pulso desigual con
una derecha que alinea en su campo a todos los poderes fácticos, y sigue rechazando
incorporar a ese pulso a las fuerzas reales situadas a su izquierda, con lo que
el resultado está cantado.
Da igual, el PSOE
sigue soñando con un vuelco del electorado a su favor; con las posibilidades de
su cogollito de abrirse paso en un universo hostil. Sin cambiar de programa,
sin cambiar de discurso, sin modificar su política de alianzas. Solo por imagen
y por prestigio, cuando la imagen aparece empobrecida con cada nuevo resultado
electoral que vuelve a ser, una y otra vez, el peor de su historia; cuando el
voto joven ignora de forma consistente sus candidaturas, y el viejo prestigio
se aproxima aceleradamente a la irrelevancia en casi toda la geografía
peninsular.
Con este par de
fuerzas, el Podemos vertical y el PSOE de las baronías rampantes, no se va a
poder desalojar a la derecha de sus casamatas. Se busca una izquierda nueva, imaginativa,
flexible, cooperativa, solidaria. Y sobre todo, posibilista.