El tiempo
inclemente que padecemos en Grecia nos está impidiendo a Carmen y a mí hacer la
excursión que proyectábamos a alguna isla aún no visitada (¿Naxos, Cefalonia,
Skiathos?), y en cambio ha dado opciones de visita a algunas alternativas
atenienses que año tras año íbamos dejando de lado por estar situadas en la
parte baja de nuestra lista de prioridades.
Pero siempre hay
sorpresas imprevistas en una ciudad donde el tiempo es transparente, y la
antigüedad heroica se adapta como un guante al presente prosaico. El estadio de
los Juegos Panateneos no merecía el olvido en que lo teníamos por el simple
hecho de haber sido reconstruido casi por completo a finales del siglo XIX para
ser escenario de las primeras Olimpiadas modernas.
El lugar en el que
se encuentra es sugerente en sí mismo, el lecho de un valle fluvial por el que
corría el río Ilissos, entre el monte Ardettos y una loma más baja, innominada.
Hoy el conjunto prolonga el gran espacio verde del parque situado entre el
edificio del Parlamento y los restos del antiguo templo de Zeus, al que sería
más propio llamar de Júpiter, porque es de construcción romana.
Fue en el siglo IV
antes de la era cristiana, siendo arconte Licurgo, cuando se emprendieron las
obras para levantar el estadio. Se aplanó a conciencia el terreno del valle del
Ilissos, se diseñó una pista atlética de un estadio (185 metros) de longitud, y
se instaló una doble gradería aprovechando la pendiente suave de las laderas de
las dos alturas que flanqueaban el valle. Las instalaciones se estrenaron en
330/329 a. C. para la celebración de las Grandes Panateneas, fiestas religiosas
en el curso de las cuales varones del país competían desnudos en carreras a pie,
lanzamientos y pruebas de lucha.
Varios siglos
después, en 139-144 de la era cristiana, el emperador romano Adriano patrocinó una remodelación del estadio, costeada
por Herodes Ático, y convirtió la pista atlética recta en un anillo, para
posibilitar las carreras de carros; unió además las dos graderías enfrentadas
por medio de una sección curva, y hermoseó los asientos al recubrir las gradas
de piedra con mármol blanco extraído del Pentélico. En uno de los lados de la
pista se practicó un amplio pasaje abovedado (aún subiste) para la entrada y
salida del estadio, y en la cima del monte Ardettos se construyó un templo a la
diosa Fortuna (Tyché). Espléndidas estatuas adornaban el recinto. Se conservan
actualmente las de los dos Hermes bifrontes, por un lado barbados y por el otro
imberbes, en un extremo de la pista; las dobles cabezas coronan sendos pilares
cuadrangulares lisos, pero a la altura correspondiente el escultor añadió los
atributos, en estado de reposo pero de tamaño ciertamente respetable, correspondientes al dios joven y
al veterano.
El estadio, según
los escritos de la época, no tenía igual en todo el mundo helénico; ni siquiera
el de Olimpia podía comparársele en lujo y grandeza. Pero las edades oscuras
trataron mal al conjunto arqueológico. Las nuevas religiones consideraron pecaminoso
el culto al cuerpo, y heréticos a los dioses prístinos; y procedieron al acoso
y derribo de la satánica construcción. Los mármoles pentélicos fueron saqueados
por atenienses que los utilizaron para adornar sus propios domicilios. La
intemperie hizo el resto.
Y sin embargo, el
viejo estadio en ruinas gozó de una inesperada segunda oportunidad, cuando la
Conferencia Olímpica Internacional de París, presidida por el griego Demetrios Vikelas y el francés barón de
Coubertin, decidió restaurar la celebración de los Juegos y celebrar en Atenas
la primera edición de las Olimpiadas modernas. El estadio fue reconstruido en
el mismo lugar gracias a la generosa ayuda financiera del magnate griego Georgios
Averoff, con una estimable fidelidad al antiguo monumento. Participaron en los
juegos 14 países y, siguiendo la tradición antigua, solo compitieron atletas
varones. Los espectadores griegos que abarrotaron el estadio y sus alrededores
durante los eventos, incluidos los no tan griegos reyes Jorge I (danés de
origen) y Olga (rusa, de la familia imperial de los Románov), tuvieron la
satisfacción de ver a un compatriota, Spyros Louis, ganar la prueba de la
maratón.
En los Juegos de
2004, celebrados de nuevo en Atenas, el estadio tuvo un protagonismo menor,
pero altamente simbólico. Se celebraron en él las pruebas de tiro con arco y se
colocó en la pista la cinta de llegada de la maratón, que siguió el trazado
clásico de después de la batalla.
En un edificio adjunto
al estadio y al que se accede por el pasaje abovedado antes mencionado, se ha
acondicionado un modesto Museo Olímpico. Apenas guarda nada más que los
carteles anunciadores de todos los Juegos Olímpicos modernos y algunas
fotografías de gran formato; es, con todo, un complemento muy agradable de la
visita al viejo/nuevo monumento.