jueves, 5 de enero de 2017

EL ESTADIO PANATENAICO


El tiempo inclemente que padecemos en Grecia nos está impidiendo a Carmen y a mí hacer la excursión que proyectábamos a alguna isla aún no visitada (¿Naxos, Cefalonia, Skiathos?), y en cambio ha dado opciones de visita a algunas alternativas atenienses que año tras año íbamos dejando de lado por estar situadas en la parte baja de nuestra lista de prioridades.
Pero siempre hay sorpresas imprevistas en una ciudad donde el tiempo es transparente, y la antigüedad heroica se adapta como un guante al presente prosaico. El estadio de los Juegos Panateneos no merecía el olvido en que lo teníamos por el simple hecho de haber sido reconstruido casi por completo a finales del siglo XIX para ser escenario de las primeras Olimpiadas modernas.
El lugar en el que se encuentra es sugerente en sí mismo, el lecho de un valle fluvial por el que corría el río Ilissos, entre el monte Ardettos y una loma más baja, innominada. Hoy el conjunto prolonga el gran espacio verde del parque situado entre el edificio del Parlamento y los restos del antiguo templo de Zeus, al que sería más propio llamar de Júpiter, porque es de construcción romana.
Fue en el siglo IV antes de la era cristiana, siendo arconte Licurgo, cuando se emprendieron las obras para levantar el estadio. Se aplanó a conciencia el terreno del valle del Ilissos, se diseñó una pista atlética de un estadio (185 metros) de longitud, y se instaló una doble gradería aprovechando la pendiente suave de las laderas de las dos alturas que flanqueaban el valle. Las instalaciones se estrenaron en 330/329 a. C. para la celebración de las Grandes Panateneas, fiestas religiosas en el curso de las cuales varones del país competían desnudos en carreras a pie, lanzamientos y pruebas de lucha.
Varios siglos después, en 139-144 de la era cristiana, el emperador romano Adriano patrocinó una remodelación del estadio, costeada por Herodes Ático, y convirtió la pista atlética recta en un anillo, para posibilitar las carreras de carros; unió además las dos graderías enfrentadas por medio de una sección curva, y hermoseó los asientos al recubrir las gradas de piedra con mármol blanco extraído del Pentélico. En uno de los lados de la pista se practicó un amplio pasaje abovedado (aún subiste) para la entrada y salida del estadio, y en la cima del monte Ardettos se construyó un templo a la diosa Fortuna (Tyché). Espléndidas estatuas adornaban el recinto. Se conservan actualmente las de los dos Hermes bifrontes, por un lado barbados y por el otro imberbes, en un extremo de la pista; las dobles cabezas coronan sendos pilares cuadrangulares lisos, pero a la altura correspondiente el escultor añadió los atributos, en estado de reposo pero de tamaño ciertamente respetable, correspondientes al dios joven y al veterano.
El estadio, según los escritos de la época, no tenía igual en todo el mundo helénico; ni siquiera el de Olimpia podía comparársele en lujo y grandeza. Pero las edades oscuras trataron mal al conjunto arqueológico. Las nuevas religiones consideraron pecaminoso el culto al cuerpo, y heréticos a los dioses prístinos; y procedieron al acoso y derribo de la satánica construcción. Los mármoles pentélicos fueron saqueados por atenienses que los utilizaron para adornar sus propios domicilios. La intemperie hizo el resto.
Y sin embargo, el viejo estadio en ruinas gozó de una inesperada segunda oportunidad, cuando la Conferencia Olímpica Internacional de París, presidida por el griego Demetrios Vikelas y el francés barón de Coubertin, decidió restaurar la celebración de los Juegos y celebrar en Atenas la primera edición de las Olimpiadas modernas. El estadio fue reconstruido en el mismo lugar gracias a la generosa ayuda financiera del magnate griego Georgios Averoff, con una estimable fidelidad al antiguo monumento. Participaron en los juegos 14 países y, siguiendo la tradición antigua, solo compitieron atletas varones. Los espectadores griegos que abarrotaron el estadio y sus alrededores durante los eventos, incluidos los no tan griegos reyes Jorge I (danés de origen) y Olga (rusa, de la familia imperial de los Románov), tuvieron la satisfacción de ver a un compatriota, Spyros Louis, ganar la prueba de la maratón.
En los Juegos de 2004, celebrados de nuevo en Atenas, el estadio tuvo un protagonismo menor, pero altamente simbólico. Se celebraron en él las pruebas de tiro con arco y se colocó en la pista la cinta de llegada de la maratón, que siguió el trazado clásico de después de la batalla.
En un edificio adjunto al estadio y al que se accede por el pasaje abovedado antes mencionado, se ha acondicionado un modesto Museo Olímpico. Apenas guarda nada más que los carteles anunciadores de todos los Juegos Olímpicos modernos y algunas fotografías de gran formato; es, con todo, un complemento muy agradable de la visita al viejo/nuevo monumento.