lunes, 23 de enero de 2017

¿POR QUÉ NO VOTARON?


No estamos en tiempos de profecías, sino de conjeturas. Pues bien, apunten esta: puede que se esté acabando el tiempo de la política envasada al vacío en contenedor hermético; puede que los bárbaros hayan forzado definitivamente las dobles puertas de bronce del sancta sanctórum. Las bárbaras, para hablar con mayor propiedad, puesto que me estoy refiriendo a la Women’s March, el gran festejo feminista y populista – sí, populista, lo remarco, ¿quién teme al lobo feroz? – que dio un realce inesperado e inigualado en la historia contemporánea a la toma de posesión de Trump como nuevo emperador de la aldea global.
El César parece haber quedado algo desconcertado por el suceso. Hubo medio millón de personas en Washington, con pancartas hostiles, que en el mejor de los casos le decían escuetamente «Nope». No cuentes con nosotras. Impertérrito, sigue en la tarea de desmontar el Obamacare en nombre de la “gente común”, esa abstracción tan agradecida, y ha eliminado el español (45 millones de hispanohablantes en el país) de la web de la Casa Blanca. Y pregunta extrañado, refiriéndose a las que protestan: “¿Por qué no votaron?”
Hay una respuesta. No votaron porque no les convencía ninguno de los dos cuernos del dilema. Suele pasar en democracia que los candidatos promovidos por las maquinarias electorales de los partidos mayoritarios no sean los mejores posibles. Nadie ha dicho nunca que democracia sea el gobierno de los mejores. Frente a un Lincoln, cuántos Coolidge se han sucedido; frente a un Roosevelt, cuántos Nixon, cuántos Bush. En el caso presente, el electorado había de elegir entre Más de lo Mismo Hillary, con su programa de No Hay Alternativa, y el Patoso Donald con su zafiedad incrustada de prejuicios y de ignorancias acerca de casi todo lo que no es Dinero SL.
Y no votaron.
Pero el viejo axioma de que si no votas no existes, no es una verdad al ciento por ciento. La comprobación empírica se encuentra en la Marcha de las Mujeres en Washington y en otras ciudades. Después de borrar a Cruellary del mapa de la política, ahora lanzan una advertencia escueta al ¿vencedor? de una contienda artificiosa: «Nope». No por ahí.
Las mujeres pasan de ser el ejército de reserva de la fuerza de trabajo a la gran esperanza de la nueva izquierda. Con métodos propios. Con un tiempo particular de ellas. Con las formas de movilización que ellas eligen y con una coherencia de propósito que aparece como una novedad resplandeciente en un mundo en sombra.
Con grandes dosis de populismo, si hacemos caso de la etiqueta con la que se clasifican habitualmente estos fenómenos en la fraseología del establishment.
Bienvenido sea el populismo humano de lo concreto frente a los algoritmos abstractos y deshumanizadores del establishment.