No estamos en
tiempos de profecías, sino de conjeturas. Pues bien, apunten esta: puede que se
esté acabando el tiempo de la política envasada al vacío en contenedor hermético; puede
que los bárbaros hayan forzado definitivamente las dobles puertas de bronce del
sancta sanctórum. Las bárbaras, para hablar con mayor propiedad, puesto que me
estoy refiriendo a la Women’s March, el
gran festejo feminista y populista – sí, populista, lo remarco, ¿quién teme al
lobo feroz? – que dio un realce inesperado e inigualado en la historia contemporánea
a la toma de posesión de Trump como nuevo emperador de la aldea global.
El César parece
haber quedado algo desconcertado por el suceso. Hubo medio millón de personas
en Washington, con pancartas hostiles, que en el mejor de los casos le decían
escuetamente «Nope». No cuentes con nosotras. Impertérrito, sigue en la tarea
de desmontar el Obamacare en nombre de la “gente común”, esa abstracción tan
agradecida, y ha eliminado el español (45 millones de hispanohablantes en el
país) de la web de la Casa Blanca. Y pregunta extrañado, refiriéndose a las que
protestan: “¿Por qué no votaron?”
Hay una respuesta. No
votaron porque no les convencía ninguno de los dos cuernos del dilema. Suele
pasar en democracia que los candidatos promovidos por las maquinarias
electorales de los partidos mayoritarios no sean los mejores posibles. Nadie ha
dicho nunca que democracia sea el gobierno de los mejores. Frente a un Lincoln,
cuántos Coolidge se han sucedido; frente a un Roosevelt, cuántos Nixon, cuántos
Bush. En el caso presente, el electorado había de elegir entre Más de lo Mismo
Hillary, con su programa de No Hay Alternativa, y el Patoso Donald con su
zafiedad incrustada de prejuicios y de ignorancias acerca de casi todo lo que
no es Dinero SL.
Y no votaron.
Pero el viejo
axioma de que si no votas no existes, no es una verdad al ciento por ciento. La
comprobación empírica se encuentra en la Marcha de las Mujeres en Washington y
en otras ciudades. Después de borrar a Cruellary del mapa de la política, ahora
lanzan una advertencia escueta al ¿vencedor? de una contienda artificiosa:
«Nope». No por ahí.
Las mujeres pasan
de ser el ejército de reserva de la fuerza de trabajo a la gran esperanza de la
nueva izquierda. Con métodos propios. Con un tiempo particular de ellas. Con las
formas de movilización que ellas eligen y con una coherencia de propósito que
aparece como una novedad resplandeciente en un mundo en sombra.
Con grandes dosis
de populismo, si hacemos caso de la etiqueta con la que se clasifican habitualmente
estos fenómenos en la fraseología del establishment.
Bienvenido sea el
populismo humano de lo concreto frente a los algoritmos abstractos y
deshumanizadores del establishment.