Sigue siendo una
cuestión controvertida si la vida tiene algo así como un sentido inteligible,
una dirección precisa hacia alguna meta – lo han defendido autoridades tan
respetables como Tomás de Aquino y los Monty Python – o bien, si en realidad es
un sinsentido, un malentendido y una pesadilla absurda, tal como han propugnado
por ejemplo Jean-Paul Sartre, un fulano hoy olvidado que tuvo cierto
predicamento hará unos cincuenta o sesenta años, y autores más recientes y
posmodernos como Donald Trump. En cualquier caso, la certeza innegable es que
aprehendemos la vida, no a través de un sentido simplemente, sino de hasta cinco
sentidos, vista, oído, olfato, gusto y tacto. Y que sin esos cinco sentidos, la
vida exterior no es nada.
Se suele hablar, como
de cosa largamente sabida por todos, del engaño de los sentidos. Sin razón. Los
sentidos no engañan, muestran. Engañosas pueden ser las interpretaciones que
nuestro intelecto haga por su cuenta al procesar los inputs procedentes de esos
terminales sofisticados de nuestra estructura sensible. Pero la sustancia real está
ahí, dispuesta en forma de colores, olores, sabores, sonidos y texturas. La
supervivencia, la cultura, el progreso, la humanización, dependen de un trabajo
colectivo constante de percepción y de clasificación de lo que nos presentan nuestros
sentidos. Nada menos. Caramba, es cuestión de tratarlos con el respeto que
merece su importancia para la calidad de nuestra existencia.
Invito a todos a
leer en relación con estas cuestiones “La república de los sentidos”, un texto muy
sugestivo de Rui Valdivia (Juan Ruiz), al que me unen como bloguero y como
persona numerosísimos lazos de muchas clases. Él muestra cómo la búsqueda porfiada
de estímulos y de sensaciones ha guiado en la historia de la cultura la marcha
de la humanidad hacia metas más altas. En relación con los sentidos, siempre ha
habido un plus ultra, un más allá, que las personas humanas hemos anhelado
alcanzar. Esa tensión espiritual, si es lícito llamarla así, es un elemento absolutamente
necesario en nuestra disposición de todas las mañanas a vivir otro nuevo día.
No es esta,
naturalmente, la única temática sobre la que escribe Rui Valdivia; pero es una
excelente introducción a la lectura de sus numerosas propuestas, siempre inquietas
e incisivas.