jueves, 26 de enero de 2017

LOS SENTIDOS DE LA VIDA


Sigue siendo una cuestión controvertida si la vida tiene algo así como un sentido inteligible, una dirección precisa hacia alguna meta – lo han defendido autoridades tan respetables como Tomás de Aquino y los Monty Python – o bien, si en realidad es un sinsentido, un malentendido y una pesadilla absurda, tal como han propugnado por ejemplo Jean-Paul Sartre, un fulano hoy olvidado que tuvo cierto predicamento hará unos cincuenta o sesenta años, y autores más recientes y posmodernos como Donald Trump. En cualquier caso, la certeza innegable es que aprehendemos la vida, no a través de un sentido simplemente, sino de hasta cinco sentidos, vista, oído, olfato, gusto y tacto. Y que sin esos cinco sentidos, la vida exterior no es nada.
Se suele hablar, como de cosa largamente sabida por todos, del engaño de los sentidos. Sin razón. Los sentidos no engañan, muestran. Engañosas pueden ser las interpretaciones que nuestro intelecto haga por su cuenta al procesar los inputs procedentes de esos terminales sofisticados de nuestra estructura sensible. Pero la sustancia real está ahí, dispuesta en forma de colores, olores, sabores, sonidos y texturas. La supervivencia, la cultura, el progreso, la humanización, dependen de un trabajo colectivo constante de percepción y de clasificación de lo que nos presentan nuestros sentidos. Nada menos. Caramba, es cuestión de tratarlos con el respeto que merece su importancia para la calidad de nuestra existencia.
Invito a todos a leer en relación con estas cuestiones “La república de los sentidos”, un texto muy sugestivo de Rui Valdivia (Juan Ruiz), al que me unen como bloguero y como persona numerosísimos lazos de muchas clases. Él muestra cómo la búsqueda porfiada de estímulos y de sensaciones ha guiado en la historia de la cultura la marcha de la humanidad hacia metas más altas. En relación con los sentidos, siempre ha habido un plus ultra, un más allá, que las personas humanas hemos anhelado alcanzar. Esa tensión espiritual, si es lícito llamarla así, es un elemento absolutamente necesario en nuestra disposición de todas las mañanas a vivir otro nuevo día.
No es esta, naturalmente, la única temática sobre la que escribe Rui Valdivia; pero es una excelente introducción a la lectura de sus numerosas propuestas, siempre inquietas e incisivas.