La idea de llenar de
estelades la cabalgata de los Magos no es mala, pero sí muy triste. Todo el
mundo sabe lo que son los Reyes Magos: una ilusión infantil. Antes llamábamos mentirijillas
a cosas así, ahora se ha inventado para ellas el nombre de posverdad. Así
pues, seamos modernos y llevemos nuestras estelades a la cabalgata de la
Posverdad. En la puerta del Corte Inglés Sus Majestades recibirán envueltos en
capas cuatribarradas y esteladas las peticiones de los niños catalanes: un tren eléctrico, una
pelota, lápices de colores y un juego de construcción de independencias. Será
una manifestación popular, festiva y multitudinaria. Habrá correfoc y globos de
colores. Los pajes repartirán caramelos a voleo desde lo alto de los camellos.
Si los niños
menores de siete años, que es a quienes está dedicada la efemérides, tuvieran
voto en el referéndum pactado o unilateral previsto sin falta para este año,
sería plausible que la iniciativa tuviera algún efecto positivo desde el punto
de vista de los convocantes. Tal como están las cosas, no se ve qué provecho
puede hacer a nadie infantilizar a una masa anónima y fervorosa de
independentistas con la finalidad última de mezclar el culo con las témporas,
dicho pronto y mal.
Sus Majestades los
Reyes de Oriente no otorgan independencias a los niños que se han portado bien
a lo largo del año; como no sean independencias de juguete. La Catalunya indepe
que se vislumbra a partir de iniciativas como la de la cabalgata tendrá todo el
aspecto de una nueva isla de Nunca Jamás, a la que se llegará volando gracias a
una inmersión en polvo de hada y siguiendo la dirección canónica para todos los
Peter Pan dispuestos a no crecer nunca: girar a la izquierda en la segunda
estrella, y seguir todo recto hasta la mañana.