De las estadísticas
oficiales confeccionadas por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social y por el
Servicio Público de Empleo, se desprende si las matemáticas no mienten – cosa que
no acostumbran hacer – que en el año 2016 hicieron falta por término medio en
España 39 contratos de trabajo para configurar un solo empleo. Se entiende aquí
por empleo aquel que supone un cotizante más a la Seguridad Social.
Vamos a ver. Estamos
hablando de contratos registrados, no de los compromisos verbales y luego si te
he visto no me acuerdo, que tanto abundan en los chalaneos de la cara B de
nuestra economía. Hablamos de escritos firmados, sellados y timbrados.
Hablamos, de otro lado, de puestos de trabajo normales, con sus debidas horas
anuales sí, pero tirando a bajos y a mal pagados; de empleos que simplemente
cotizan, no de empleos 4.0 recién importados de Silicon Valley. Hablamos,
finalmente, de estadísticas oficiales de organismos oficiales, y no de
especulaciones brumosas de arbitristas sin nada de provecho mejor que hacer.
Si 39 les parecen muchos
contratos para configurar las prestaciones de un solo empleo, fijen su atención
en Extremadura: allí se han necesitado 141 acuerdos registrados por cada nuevo
cotizante. Las cifras crudas han sido en el país de 19,9 millones de contratos
y 512.733 nuevos afiliados a la Seguridad Social.
Bueno, pues ya
tenemos medio millón más de cotizantes en las listas, me dirán los optimistas
que siempre ven la botella medio llena. Pero no es exactamente así. El número
estadístico no se corresponde con la cantidad real, porque hay en la dinámica
del empleo un tipo de puerta giratoria mucho menos agradable que la que da paso
entre la administración pública y los consejos de empresas privadas. La gente entra
y sale de la lista de cotizantes, en virtud de la temporalidad cada vez más
apresurada de los trabajos. Son muchos los que se dan de alta, de baja, de alta
otra vez, de baja de nuevo. Cada nueva alta de la misma persona cuenta por una
unidad estadística. Se contabilizan como siete personas empleadas lo que en
realidad es la itinerancia de una sola persona en siete ocasiones, entre la
lista del desempleo y el siguiente empleo basura.
Un empleo tampoco
es hoy una salvaguarda contra la pobreza. El umbral de la pobreza es un
concepto abstracto que se ajusta a diversas variables. El número oficial de
pobres no afecta siempre al mismo colectivo de personas, susceptibles de ser
rescatadas del pozo mediante la puesta en marcha de políticas activas de empleo.
Implica a una cantidad de personas mucho mayor, que alternativamente entran y
salen de ese umbral fatídico, en sus esfuerzos por encontrar una seguridad en
el empleo que les asegure la supervivencia. En cada instantánea estadística, unos
están dentro y son registrados, y otros fuera y no lo son; pero lo estarán sin
remedio un par de semanas más adelante.
El colectivo
Economistas Frente a la Crisis (EFC) señala la baja calidad de los empleos que
se ofertan, y la inestabilidad alarmante del mercado laboral, sobre todo a
partir de la reforma laboral del año 2012. Desde entonces, la precariedad
afecta incluso a la contratación teóricamente indefinida. Es sabido que uno de
los objetivos de aquella reforma, alentada por el FMI y todas las troikas, era
eliminar las “rigideces” de un mercado de trabajo considerado como en exceso
protector.
De aquí la
importancia para la sociedad española de blindar con derechos sustantivos el
trabajo por cuenta ajena. Derechos también para el trabajo pobre, precario y
mal pagado, porque todo trabajo conlleva un mérito, una dignidad indeclinable y
un servicio a la ciudadanía merecedores de respeto y de protección. El nuevo
gurú económico del PSOE, José Carlos Díez, ha rechazado de forma destemplada la
propuesta sindical de una renta mínima de inserción, avisando de que si la adoptamos
tendremos que colocar francotiradores en las alambradas de concertinas que nos
aíslan del cuarto mundo africano. Luego, siguiendo la rutina establecida para
estos casos, ha pedido perdón y ha manifestado que no es lo que parece y él mismo
no es así, en absoluto, sino una persona encantadora.