jueves, 19 de enero de 2017

CINCUENTENARIO


Cincuenta y unario, para ser exactos, del XI Congreso del PCI, que se celebró en Roma entre el 25 y el 31 de enero de 1966. Los problemas que afloraron en aquella efemérides tienen, vistos desde la actualidad, resonancias muy ilustrativas para quienes confiamos en la historia como maestra y en el análisis riguroso del pasado como aguja de marear en las aguas del presente. Estoy, así pues, sumergido en la lectura de un volumen de Alexander Höbel titulado Il PCI di Luigi Longo (1964-1969), Edizioni Scientifiche Italiane 2010.
Era el primer congreso de los comunistas italianos después de la muerte de Palmiro Togliatti, cuya personalidad había dejado una impronta indeleble en un partido de masas que crecía con un ímpetu desbordante. A lo largo del año 1965 había engrosado sus filas en casi 235.000 inscritos, y contaba con 11.000 secciones y 31.000 células. Participaron en el congreso 869 delegados, obreros en un 36%, empleados y técnicos 26%, intelectuales 22%, y 9,5% campesinos, aparceros y peones del campo (braccianti). Las mujeres tuvieron una presencia escasa (11%), y también los delegados de las regiones meridionales (22%). La gran mayoría de los asistentes estaban en una franja de edad comprendida entre los 31 y los 50 años, y buen número de los delegados eran dirigentes sindicales, de organizaciones de masas, o del propio partido.
El momento congresual estaba marcado por diferentes crisis: crisis económica, después de los años del “milagro italiano”, con numerosos cierres de empresas, despidos y vueltas de tuerca de los monopolios para afirmar su predominio en el mercado (fusión de Montecatini y Edison, con una cuota de mercado del 80% en Italia). Crisis política del centro-izquierda gobernante, con Aldo Moro imponiendo desde la presidencia sus recetas de gobierno y su vocación atlantista (son los años de los bombardeos masivos en Vietnam) a los socialistas de Nenni y a los democristianos críticos de Fanfani. Y crisis, finalmente, en el interior del propio PCI, en el que conviven dos visiones distintas sobre la situación y la forma de afrontarla. La “derecha” se agrupa en torno a la personalidad de Giorgio Amendola, que por su parte manifiesta una gran incomodidad (“me fuerzan a situarme en posiciones que no he defendido nunca”); la “izquierda” tiene su cabeza visible en Pietro Ingrao, al que le ocurre algo parecido, porque de él tiran hacia posiciones fraccionales algunos grupos menores, los conocidos como cinesizzanti (pro-chinos). El “centro” lo ocupa el secretario general Luigi Longo, un hombre de consenso en torno al cual se agrupa una pléyade de dirigentes que ven no solo deseable sino posible una síntesis entre las dos posturas confrontadas: Berlinguer, Chiaromonte, Natta y el secretario de la CGIL, Novella, entre ellos.
En el terreno político, la controversia principal se desarrolla en torno a la coexistencia pacífica y a la política de alianzas. No es posible, dicen los radicales, tender la mano a quienes están bendiciendo las bombas lanzadas sobre Vietnam. Sin embargo, el mundo católico no es un bloque homogéneo: lo muestran el viaje del alcalde de Florencia Giorgio La Pira a Vietnam para entrevistarse con Ho Chi Minh (noviembre de 1965), desautorizado tanto por Moro como por las autoridades soviéticas, pero amparado por las comunidades de base cristianas y los comunistas italianos y vietnamitas. Lo muestran los repetidos llamamientos del pontífice Pablo VI en favor del cese de los bombardeos y de un acuerdo de paz.
En el terreno económico, hay una base de consenso en todo el partido en torno a la lucha por una programación democrática desde el Estado en contra de la codicia de los monopolios. La izquierda ingraiana ve, no obstante, la necesidad de ir un paso más allá, y exigir desde las movilizaciones de masas un tipo de programación estatal no solo antimonopolista, sino anticapitalista. Se parte de la percepción de un peligro cierto de integración de las bases obreras en la lógica de fondo del capitalismo, lo cual obliga a dar la batalla en todo el frente, puesto que la disyuntiva es, en términos gramscianos, la hegemonía o bien una revolución pasiva.
Tanto desde las posturas de derecha como desde el centro de Longo y Berlinguer se rechazaron las tesis de Ingrao, si bien se le dieron todas las oportunidades de airearlas y explicarlas. No era posible ir más allá de la programación democrática, consensuada con una mayoría de fuerzas en el parlamento; y en cualquier caso, dado el carácter de los monopolios, “programación democrática” equivalía ya a “programación anticapitalista”. Tal fue la tesis aprobada finalmente.
Hubo en cierto modo en las sesiones del Congreso una partida de pingpong entre dirigentes, aunque Amendola se mantuvo al margen y centró su discurso en los problemas del desempleo y la emigración. La intervención de Ingrao fue saludada con una tempestad de aplausos y bravos; también la de Pajetta, que le dio la réplica al día siguiente. Las dos posturas contaban con numerosos incondicionales. Ingrao  se había comprometido previamente con Longo a respetar la norma del centralismo democrático y defender con todas las consecuencias la línea validada por el Congreso. Longo, por su parte, impuso la permanencia de Ingrao en la dirección renovada, a pesar de una campaña furibunda en contra, llevada a cabo por gente de peso como Alicata, Napolitano y Sereni (no por Amendola). Los cinesizzanti abandonaron el partido poco tiempo después, incluidas entre ellos personas tan valiosas como Rossana Rossanda y Lucio Magri.
La valoración de los resultados del XI Congreso sigue siendo materia de discusión, incluso a cincuenta años de distancia. Fue una pena, en todo caso, la polarización en torno a dos posiciones diferenciadas entre ellas pero situadas en el mismo eje de coordenadas: es decir, más o menos avanzadas, pero basadas en los mismos presupuestos y moviéndose en la misma dirección.
La polarización impidió valorar con claridad suficiente propuestas interesantes como la de Bruno Trentin, que en esta ocasión no se alineó ni con la derecha ni con la izquierda. Esto es lo que dice Höbel que ocurrió durante la discusión en la Comisión de Tesis del borrador del Informe de Longo al Congreso, el 15 de julio de 1965:
«Trentin tiene una posición más matizada: la “racionalización capitalista es incapaz de absorber las reformas”; esto “determina desconfianza y presiones extremas”, pero también una posible “soldadura entre la acción reivindicativa y la lucha por las reformas”. Con el centro-izquierda, ha sido derrotada “la ilusión de poder manipular para una política de reformas la maquinaria del Estado, sin modificarla”, y de este modo adquiere mayor importancia el nexo “entre programación, reformas y creación de nuevos centros de poder democrático”, entes locales in primis.» (A. Höbel, loc. cit.,  p. 167.)
Son polémicas que nos llegan, en medio de los enredos acuciantes del presente, como un eco lontano, como las notas del segundo violín en algunos conciertos de Vivaldi.