Mi admirada Milagros
Pérez Oliva ha escrito en las páginas de elpais un alegato formidable en favor
de “Una renta básica en la sociedad de la inteligencia” (1). Estoy de acuerdo
con ella, con un matiz importante: la renta básica universal no es – no puede
ser – la solución al problema, sino tan solo el primer paso hacia la solución.
O dicho de otra manera, la red de seguridad que utilizan como opción B quienes
se dedican a hacer volatines en el trapecio. La opción A sigue siendo el
volatín, la destreza, la sincronización en el espacio y en el tiempo, la belleza
del triple mortal en pleno vuelo; la red es solo el plan B, la forma de evitar
secuelas importantes e incluso irreversibles caso de producirse un tozolón.
Doy al respecto
tres argumentos, a continuación. Son argumentos acumulativos, no alternativos;
se suman los unos a los otros para indicar que la renta básica, en Finlandia o
allá donde se aplique, será solo un parche paliativo a menos que esté inspirada
en objetivos distintos de los que mueven la economía de nuestra orgullosa
sociedad de la inteligencia.
Primero. La
proposición, tan repetida, de que ya nunca volverá a haber trabajo para todos
porque cada vez más trabajo será asumido por las máquinas inteligentes, sigue
siendo un futurible anunciado por profetas variopintos siempre a partir de la observación
del vuelo de las aves, que en el caso de nuestra sociedad tecnológica son las
estadísticas de todo tipo. Ahora bien, al mismo tiempo que se nos dice que
debemos desengañarnos de una visión de la historia como trayectoria siempre
ascendente hacia una mayor libertad y confort social, se están interpretando precisamente
en ese sentido viejo y criticado las estadísticas disponibles. En los datos
citados por Milagros: si un estudio de Oxford de hace unos años indicaba que el
47% de los empleos estaban en riesgo, y ahora un estudio similar de los mismos
autores eleva la cifra al 57%, se concluye que en el futuro la cosa irá rápidamente
a peor.
No necesariamente
ha de ser así. Se olvida que estamos inmersos en una de las crisis periódicas de
reestructuración del capitalismo; la más seria y la más aguda de todas, porque
es la menos compatible con el bienestar de la población y con el funcionamiento
normal de las instituciones que rigen las sociedades democráticas. Tomar un
momento de paroxismo de todas las patologías como el indicador más fiable del
futuro, puede ser un error profundo. Hay demasiadas presuposiciones ideologizadas
por medio: “el progreso tecnológico y el social son incompatibles”; “no hay
alternativa”.
Segundo. De hecho, quienes
desvinculan progreso tecnológico y progreso social es porque han elegido ya
entre los dos objetivos, y consideran el enriquecimiento privado como la única
racionalidad posible. Es la visión cruda de unas elites extractivas y de un
capitalismo de rapiña. Sin embargo, las mismas estadísticas que se invocan para
condenar a una porción creciente de la humanidad a la marginación, están señalando
con toda claridad el hecho de que las materias primas escasean, de que su
precio de mercado tenderá a subir cada vez más, y de que las mismas condiciones
climáticas que han hecho posible la vida en el planeta están tan en riesgo –
más aún – que el trabajo productivo por cuenta ajena. Por algún arte de
birlibirloque, mientras se declara ineluctable el proceso de defunción del
trabajo humano asalariado, se confía en cambio en encontrar soluciones milagrosas
al cambio climático sin necesidad de alterar la “racionalidad” que está
llevando al planeta a una degradación crítica de todas las condiciones de
existencia.
Tercero. Se
advierte que los nuevos empleos van a requerir cada vez más de una “alta
capacitación”, y en eso estamos todos plenamente de acuerdo. Es el trabajo
puramente mecánico, rutinario, no cualificado, el que tiende a desaparecer; el
del gorila amaestrado del ingeniero Taylor. Volvemos a la constatación de que
la fábrica fordista es pura chatarra.
No sobra trabajo,
entonces, sino trabajo no cualificado; hace falta más trabajo con una
capacitación más alta, y no parece que tal cosa vaya a ser un problema difícil
para una “sociedad de la inteligencia”. Lo malo será que tal inteligencia sea
únicamente la artificial; que los humanos propicien una sociedad que privilegie
a los robots y margine en cambio a otros humanos. ¿Vamos, de veras y con todas
sus consecuencias, hacia un mundo robotizado? Mayor capacitación significa
mayor inversión en formación y en educación integral; ampliación de horizontes
para los sectores más desasistidos; preocupación por los jóvenes; puesta en
valor del material humano, como se hace con cualquier otra materia prima
necesaria.
La vieja concepción
del ciudadano como mero consumidor ya no se sostiene. Si es preciso innovar en
esta situación de crisis, siempre será preferible innovar con inteligencia. Con
inteligencia humana.