lunes, 2 de enero de 2017

POR UNA SOCIEDAD DE LA INTELIGENCIA QUE NO SEA SOLO ARTIFICIAL


Mi admirada Milagros Pérez Oliva ha escrito en las páginas de elpais un alegato formidable en favor de “Una renta básica en la sociedad de la inteligencia” (1). Estoy de acuerdo con ella, con un matiz importante: la renta básica universal no es – no puede ser – la solución al problema, sino tan solo el primer paso hacia la solución. O dicho de otra manera, la red de seguridad que utilizan como opción B quienes se dedican a hacer volatines en el trapecio. La opción A sigue siendo el volatín, la destreza, la sincronización en el espacio y en el tiempo, la belleza del triple mortal en pleno vuelo; la red es solo el plan B, la forma de evitar secuelas importantes e incluso irreversibles caso de producirse un tozolón.
Doy al respecto tres argumentos, a continuación. Son argumentos acumulativos, no alternativos; se suman los unos a los otros para indicar que la renta básica, en Finlandia o allá donde se aplique, será solo un parche paliativo a menos que esté inspirada en objetivos distintos de los que mueven la economía de nuestra orgullosa sociedad de la inteligencia.
Primero. La proposición, tan repetida, de que ya nunca volverá a haber trabajo para todos porque cada vez más trabajo será asumido por las máquinas inteligentes, sigue siendo un futurible anunciado por profetas variopintos siempre a partir de la observación del vuelo de las aves, que en el caso de nuestra sociedad tecnológica son las estadísticas de todo tipo. Ahora bien, al mismo tiempo que se nos dice que debemos desengañarnos de una visión de la historia como trayectoria siempre ascendente hacia una mayor libertad y confort social, se están interpretando precisamente en ese sentido viejo y criticado las estadísticas disponibles. En los datos citados por Milagros: si un estudio de Oxford de hace unos años indicaba que el 47% de los empleos estaban en riesgo, y ahora un estudio similar de los mismos autores eleva la cifra al 57%, se concluye que en el futuro la cosa irá rápidamente a peor.
No necesariamente ha de ser así. Se olvida que estamos inmersos en una de las crisis periódicas de reestructuración del capitalismo; la más seria y la más aguda de todas, porque es la menos compatible con el bienestar de la población y con el funcionamiento normal de las instituciones que rigen las sociedades democráticas. Tomar un momento de paroxismo de todas las patologías como el indicador más fiable del futuro, puede ser un error profundo. Hay demasiadas presuposiciones ideologizadas por medio: “el progreso tecnológico y el social son incompatibles”; “no hay alternativa”.
Segundo. De hecho, quienes desvinculan progreso tecnológico y progreso social es porque han elegido ya entre los dos objetivos, y consideran el enriquecimiento privado como la única racionalidad posible. Es la visión cruda de unas elites extractivas y de un capitalismo de rapiña. Sin embargo, las mismas estadísticas que se invocan para condenar a una porción creciente de la humanidad a la marginación, están señalando con toda claridad el hecho de que las materias primas escasean, de que su precio de mercado tenderá a subir cada vez más, y de que las mismas condiciones climáticas que han hecho posible la vida en el planeta están tan en riesgo – más aún – que el trabajo productivo por cuenta ajena. Por algún arte de birlibirloque, mientras se declara ineluctable el proceso de defunción del trabajo humano asalariado, se confía en cambio en encontrar soluciones milagrosas al cambio climático sin necesidad de alterar la “racionalidad” que está llevando al planeta a una degradación crítica de todas las condiciones de existencia.
Tercero. Se advierte que los nuevos empleos van a requerir cada vez más de una “alta capacitación”, y en eso estamos todos plenamente de acuerdo. Es el trabajo puramente mecánico, rutinario, no cualificado, el que tiende a desaparecer; el del gorila amaestrado del ingeniero Taylor. Volvemos a la constatación de que la fábrica fordista es pura chatarra.
No sobra trabajo, entonces, sino trabajo no cualificado; hace falta más trabajo con una capacitación más alta, y no parece que tal cosa vaya a ser un problema difícil para una “sociedad de la inteligencia”. Lo malo será que tal inteligencia sea únicamente la artificial; que los humanos propicien una sociedad que privilegie a los robots y margine en cambio a otros humanos. ¿Vamos, de veras y con todas sus consecuencias, hacia un mundo robotizado? Mayor capacitación significa mayor inversión en formación y en educación integral; ampliación de horizontes para los sectores más desasistidos; preocupación por los jóvenes; puesta en valor del material humano, como se hace con cualquier otra materia prima necesaria.
La vieja concepción del ciudadano como mero consumidor ya no se sostiene. Si es preciso innovar en esta situación de crisis, siempre será preferible innovar con inteligencia. Con inteligencia humana.