No comparto la
tesis de Guy Standing acerca de la formación de una nueva clase social, el
precariado, diferenciada de la clase trabajadora clásica. Por un lado, los
datos no acaban de encajar; por otro, se trata de una explicación ingeniosa de algunas
cosas que están ocurriendo, pero innecesaria en el fondo. Ahora bien, en teoría
social, difícilmente puede asignarse una existencia real a lo innecesario.
Mucho más revelador
es el paseo que nos da Owen Jones en Chavs.
La demonización de la clase obrera (Capitán Swing 2012; traducción de Íñigo
Jáuregui) por diversas comunidades postindustriales de la Gran Bretaña, por los
medios de opinión conservadores y por los prejuicios defensistas de las clases
privilegiadas. La vida en Britania se parece muy poco a la de nuestras
latitudes; la supervivencia postindustrial, también. Pero hay en el libro indicaciones
valiosas acerca de cómo de forma deliberada se ha dejado primero sin medios de
vida a comunidades industriosas y cohesionadas, y cómo luego, al extenderse la
desmoralización como mancha de aceite, se ha demonizado la actitud de unas familias
errantes y desestructuradas, que han perdido en el seísmo sus valores
colectivos y flotan a la deriva en un mundo nuevo para ellas, y hostil.
La fábrica, explican
a Jones los testigos a los que interroga, creaba cohesión. Los nuevos puestos
de trabajo en los servicios, por el contrario, estimulan la dispersión y la
soledad. Dice Ross McKibbin, un historiador: «Los trabajadores estaban muy
calificados. Estaban muy bien pagados. Casi todos estaban sindicados y muy
orgullosos de su trabajo […] Los ahora clasificados por los estadísticos como “clase
media baja” – oficinistas, administrativos y supervisores, por ejemplo – hoy están
en su mayoría más abajo en la escala salarial que si hubieran pertenecido a la
clase trabajadora cualificada de la generación anterior.» (p. 193.)
Y Jennie Formby,
delegada nacional del sindicato Unite para el sector de alimentación y
hostelería, remarca: «Es muy difícil organizarse en hoteles, restaurantes y pubs,
porque los hay a millares. ¿Cómo hacer una campaña realmente intensa para
cubrir cada sitio? Hay una rotación muy elevada de mano de obra y un gran
número de trabajadores inmigrantes cuya primera lengua no es el inglés, sobre
todo en los hoteles, así que es difícil lanzar una campaña organizativa sostenible.
Es mucho más fácil para nosotros organizar a trabajadores de fábricas, por
ejemplo en fábricas de procesamiento de carne y de pollo, en las que hemos
conseguido grandes resultados en los últimos años […], que organizar la a
menudo casi invisible mano de obra que trabaja por millares en el sector
hotelero británico.» (p. 187.)
La fuerza de
trabajo ha sido desalojada de los centros industriales clásicos. Solo
se encuentran perspectivas de empleo temporal y mal pagado en las cajas o en la reposición de género
en los supermercados, en la limpieza de edificios o de apartamentos, en la
hostelería, o en el trabajo inmensamente monótono y desagradable de los call
centers, donde unos residuos de taylorismo trasnochado imponen un mínimo de
llamadas telefónicas a la hora y recortan con saña las pausas, los minutos del café
y las visitas al baño. Son empleos que llevan incorporado el desprecio
implícito del consumidor del servicio; propicios a la bronca montada por
quienes encuentran distracción en la humillación de la telefonista anónima de
acento extranjero, o bien reclaman mayor esmero en el servicio a cambio del
dinero que han pagado.
Pero no hay dos
clases trabajadoras diferenciadas, una aristocracia obrera de salarios altos y con
buenos índices de sindicación frente a un precariado dejado al albur, desprovisto
de derechos y de medios de subsistencia; hay un antes y un después. Incluso en la industria, y en los
estamentos de los técnicos titulados, de los profesionales y de los cuadros
medios, se está dando la misma tendencia observable entre los trabajadores manuales
a la precarización, al deterioro salarial y a una contratación temporal cada
vez más efímera.
Solo la
reunificación de lo que está fragmentado y desperdigado como consecuencia de
unas políticas venenosas, y la lenta (forzosamente) recuperación de una
conciencia común y de una idea de pertenencia, pondrán remedio a una situación
que ahonda día a día la brecha entre quienes viven de sus rentas y todo el resto de la sociedad.