domingo, 29 de enero de 2017

UNA SUBCLASE PARA EL SECTOR SERVICIOS


No comparto la tesis de Guy Standing acerca de la formación de una nueva clase social, el precariado, diferenciada de la clase trabajadora clásica. Por un lado, los datos no acaban de encajar; por otro, se trata de una explicación ingeniosa de algunas cosas que están ocurriendo, pero innecesaria en el fondo. Ahora bien, en teoría social, difícilmente puede asignarse una existencia real a lo innecesario.
Mucho más revelador es el paseo que nos da Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing 2012; traducción de Íñigo Jáuregui) por diversas comunidades postindustriales de la Gran Bretaña, por los medios de opinión conservadores y por los prejuicios defensistas de las clases privilegiadas. La vida en Britania se parece muy poco a la de nuestras latitudes; la supervivencia postindustrial, también. Pero hay en el libro indicaciones valiosas acerca de cómo de forma deliberada se ha dejado primero sin medios de vida a comunidades industriosas y cohesionadas, y cómo luego, al extenderse la desmoralización como mancha de aceite, se ha demonizado la actitud de unas familias errantes y desestructuradas, que han perdido en el seísmo sus valores colectivos y flotan a la deriva en un mundo nuevo para ellas, y hostil.
La fábrica, explican a Jones los testigos a los que interroga, creaba cohesión. Los nuevos puestos de trabajo en los servicios, por el contrario, estimulan la dispersión y la soledad. Dice Ross McKibbin, un historiador: «Los trabajadores estaban muy calificados. Estaban muy bien pagados. Casi todos estaban sindicados y muy orgullosos de su trabajo […] Los ahora clasificados por los estadísticos como “clase media baja” – oficinistas, administrativos y supervisores, por ejemplo – hoy están en su mayoría más abajo en la escala salarial que si hubieran pertenecido a la clase trabajadora cualificada de la generación anterior.» (p. 193.)
Y Jennie Formby, delegada nacional del sindicato Unite para el sector de alimentación y hostelería, remarca: «Es muy difícil organizarse en hoteles, restaurantes y pubs, porque los hay a millares. ¿Cómo hacer una campaña realmente intensa para cubrir cada sitio? Hay una rotación muy elevada de mano de obra y un gran número de trabajadores inmigrantes cuya primera lengua no es el inglés, sobre todo en los hoteles, así que es difícil lanzar una campaña organizativa sostenible. Es mucho más fácil para nosotros organizar a trabajadores de fábricas, por ejemplo en fábricas de procesamiento de carne y de pollo, en las que hemos conseguido grandes resultados en los últimos años […], que organizar la a menudo casi invisible mano de obra que trabaja por millares en el sector hotelero británico.» (p. 187.)
La fuerza de trabajo ha sido desalojada de los centros industriales clásicos. Solo se encuentran perspectivas de empleo temporal y mal pagado en las cajas o en la reposición de género en los supermercados, en la limpieza de edificios o de apartamentos, en la hostelería, o en el trabajo inmensamente monótono y desagradable de los call centers, donde unos residuos de taylorismo trasnochado imponen un mínimo de llamadas telefónicas a la hora y recortan con saña las pausas, los minutos del café y las visitas al baño. Son empleos que llevan incorporado el desprecio implícito del consumidor del servicio; propicios a la bronca montada por quienes encuentran distracción en la humillación de la telefonista anónima de acento extranjero, o bien reclaman mayor esmero en el servicio a cambio del dinero que han pagado.
Pero no hay dos clases trabajadoras diferenciadas, una aristocracia obrera de salarios altos y con buenos índices de sindicación frente a un precariado dejado al albur, desprovisto de derechos y de medios de subsistencia; hay un antes y un después. Incluso en la industria, y en los estamentos de los técnicos titulados, de los profesionales y de los cuadros medios, se está dando la misma tendencia observable entre los trabajadores manuales a la precarización, al deterioro salarial y a una contratación temporal cada vez más efímera.
Solo la reunificación de lo que está fragmentado y desperdigado como consecuencia de unas políticas venenosas, y la lenta (forzosamente) recuperación de una conciencia común y de una idea de pertenencia, pondrán remedio a una situación que ahonda día a día la brecha entre quienes viven de sus rentas y todo el resto de la sociedad.