lunes, 1 de mayo de 2017

TODOS LOS MALES MENORES


El Primero de Mayo es el día idóneo para una reflexión de cierto calado, desde criterios de clase. Es decir, desde la óptica propia de unas clases trabajadoras maltratadas a fondo, a lo largo de los últimos treinta años, desde todos los ángulos de tiro. Se ha anunciado a bombo y platillo, desde los medios de signo neoliberal, su obsolescencia irreversible, cuando no su inexistencia pura y simple. Salvo que de pronto, y de forma coyuntural, esos mismos medios, inquietos por los síntomas de desmoronamiento de las leyes físicas de la estática del poder, suspiran sotto voce por un mayor apoyo electoral desde las denostadas bases trabajadoras en las actuales angustias, con el fin de salvar por lo menos los muebles.
Se depositó en las altas finanzas, en la voz autorizada de los mercados, el nuevo orden mundial, la idea de un reequilibrio automático de los poderes y los contrapesos sociales para facilitar el nacimiento de un mundo más armonioso y más “transversal”, pletórico de oportunidades para todos, despojado de las trabas paralizadoras de las luchas de clases. La desregulación del trabajo, la fragmentación y la precarización del colectivo asalariado, las manos libres para los empresarios en tanto que “únicos” creadores de riqueza, la liberalización del comercio mundial y las bandas anchas para el movimiento acelerado de los capitales, han sido los presupuestos considerados indispensables para ese Brave New World soñado. Se esperaba, tal vez, un amplio consenso social de las flamantes “clases medias” para abordar la nueva etapa del mundo global después del fin de la Historia. Algunos de los resultados obtenidos están ahora en el escaparate: el Brexit, Trump, la reactivación de viejas hostilidades y la inminencia de nuevas guerras.
Más la eventualidad de que Le Pen acceda a la presidencia de Francia con el apoyo tácito de la “izquierda insumisa”. Algo que a todos nos parece urgente evitar. Mélenchon debería definirse con rapidez: cualquier mal es menor frente al representado por una opción que conduce al torpedeamiento de la democracia representativa y de la idea común de Europa.
Pero es dudoso que Mélenchon disponga de una autoridad decisiva sobre ese 19,6% que lo votó. El voto desestructurado tiene hoy una fluidez desconocida en épocas anteriores de mayor espesor social. El precariado, según los estudios sociológicos que se ocupan del asunto, no se sitúa en la derecha ni en la izquierda, y su voto es cortoplacista y antiestablishment. La sustitución de los conceptos de la derecha y la izquierda por el arriba y el abajo tienen estos inconvenientes engorrosos. Quienes prefirieron a Mélenchon como primera opción podrían tal vez elegir a Le Pen como segunda. Su cálculo no va más allá de la angustia que les provoca la falta absoluta de perspectivas razonables. Que todo pete, puede ser su elección final desesperada.
Ocurra lo que ocurra el 7 de mayo, hemos llegado a una línea roja evidente. Las autoridades europeas y mundiales deberían recapitular, primero, y rectificar inmediatamente después su línea de actuación. La cohesión social no nacía de las ambiciones dirigidas por el capital, sino del progreso promovido por el trabajo bien remunerado. Quienes han menospreciado el valor de la solidaridad y la cooperación para proclamar el egoísmo individual como agente privilegiado del progreso, tienen ocasión de calibrar a dónde está conduciendo ese progreso. El trabajo digno no es un lujo que la sociedad no pueda permitirse, sino el único futuro viable para esa sociedad. Los sindicatos cumplen una función positiva en la medida en que encauzan las demandas sociales y contribuyen a la redistribución de forma ordenada de la riqueza generada, entre capital y trabajo. La lógica “de clase” de los trabajadores es al mismo tiempo, al contrario que la de los capitalistas, una lógica “general”, pensada y esgrimida para la sociedad en su conjunto. En ella el progreso común no se crea de forma rectilínea sino en zigzag, a partir del conflicto y de su solución compartida. Cientos, miles de males menores van configurando un bien también menor en relación con las expectativas de las partes, pero que acaba por aprovechar a todos. Y el consenso provisional generado por esa dialéctica es el único elemento capaz de legitimar de forma suficiente a los representantes del pueblo que nos gobiernan.
De nuevo, un año más, los trabajadores desfilaremos hoy al grito de «Aquí están, estos son, los que aguantan la nación.» Una verdad tan palmaria que alguien, en las instituciones, debería tomar nota.