lunes, 29 de mayo de 2017

CLAVES DEL PROCESISMO


Guillem Martínez, periodista político agudo, defiende que en Catalunya no existe ya procès, sino únicamente “procesismo”: la adhesión etérea a una idea simbólica cultivada y mantenida a través de gestos y de ritos, pero sin ninguna intención de plasmarla en ninguna práctica concreta.
La afirmación de Guillem es tan ingeniosa y brillante que cabría decir de ella lo de “se non è vero, è ben trovato”. Pero es que además, tiene todas las probabilidades de ser también “vero”, a juzgar por cómo se están desarrollando los acontecimientos.
Veámoslo. El president Puigdemont convoca hoy por sorpresa y con premura no suficientemente justificada la llamada Mesa Nacional por el Referéndum. Se trata de fijar la fecha y la pregunta de un referéndum de independencia unilateral, sin acuerdo previo con el Estado y sin la más mínima coincidencia con las condiciones establecidas por el Comité de Venecia para su eventual validación internacional.
Sería una decisión audaz e incluso filibustera, de no tratarse de un simple gesto. De hecho Catalunya en Comú, formación poco inclinada de suyo a este género de barroquismos, ha anunciado su inasistencia. La cual no tendrá consecuencias, sin embargo; los/las hombres/mujeres del president les habían invitado por pura formalidad. En el caso poco probable de que ellos/ellas sean llamados más adelante a declarar ante los tribunales, insistirán como en ocasiones anteriores en que no están contraviniendo ninguna norma estatal, no tienen a punto ninguna ley secreta de desconexión, y se limitan a cumplir la legislación vigente con la puntualidad y diligencia que se suponen a unos/as ciudadanos/as probos/as.
Se guardan las espaldas; ni van más allá de un amago ambiguo de intenciones secesionistas, ni tienen la menor intención de cruzar líneas rojas en el futuro. El procès sigue encallado en la inmovilidad más absoluta; lo que se mueve es únicamente el procesismo, y el procesismo vendría a ser, en la definición rigurosa y escueta de don Rubén Darío, la libélula vaga de una vaga ilusión.
Así estamos. Y tenemos para rato. Desde la segunda parte contratante, Mariano Rajoy ha dejado el recado de que se opondrá con toda firmeza al referéndum con las “mínimas medidas necesarias”. Muy propia de Rajoy, esa actitud minimalista. Otros conmilitones más impacientes o más bravíos, véase por ejemplo el ex ministro Margallo, han propuesto la rotura masiva de urnas, siguiendo el ejemplo histórico del rey Herodes con los inocentes. Rajoy, no. Romper urnas le parece un desperdicio de energías. Su marchamo particular es el ejercicio moderado y prudente de un inmovilismo lleno de fuerza contenida.
Tenemos para rato, entonces. Se augura un choque de trenes, pero eso es pura metafísica. Cierto que los dos convoyes se han colocado cuidadosamente en trayectoria de colisión. Pero no se mueven. Ninguno de los dos. Y mientras no se muevan, colisión no habrá, según las leyes elementales de la física.
A las dos partes contratantes les interesa el mantenimiento indefinido de la situación actual. Cada una de ellas saca réditos electorales de la gestualidad, en sus caladeros respectivos. De modo que ¿por qué cambiar las cosas?
Cambiarlas no, pero tal vez se podrían extender. No en balde el nuestro es un Estado de las autonomías. Igual que en tiempos se decretó el café para todos, ahora podría implementarse un procesismo para todos. Sería inocuo para la salud pública, barato para las arcas del tesoro, y a Mariano no le costaría ningún esfuerzo extra aparte de los que está ya evitando.