domingo, 28 de mayo de 2017

UN TEXTO DE GRAMSCI SOBRE LA TRADUCCIÓN


Las cartas escritas desde la cárcel por Antonio Gramsci iluminan algunos recovecos difíciles de su pensamiento; me refiero ahora en concreto a ese hilo conductor de la realidad política, social y cultural, que asciende desde el escalón local (en su caso, el sardismo) y pasando por la importantísima determinación de lo nacional (la cual explica su empeño en estudiar a los intelectuales del Risorgimento y profundizar en la obra de Benedetto Croce, ese “papa laico” que, dice el mismo Gramsci, “es un instrumento eficacísimo de hegemonía”), hasta el ámbito más inconcreto y bastante esquivo de aquellas realidades que reúnen características en cierto modo, o hasta cierto punto, universales.
En una carta escrita desde la cárcel de Turi a la carissima Julca, su mujer (fechada el 5.9.1932), distingue Gramsci entre el “entusiasmo estético” por la obra de arte como tal, y el “entusiasmo moral, o sea, la participación en el mundo ideológico del artista.” «Puedo admirar estéticamente La guerra y la paz, de Tolstoi, sin compartir la sustancia ideológica del libro; si los dos hechos coincidieran, Tolstoi sería mi vademécum; mi livre de chevet.»
Ese orden de ideas le lleva a continuación a dar a Julca algunos consejos que le parece “pueden ser de cierta utilidad si te decides a seguirlos”. Son estos (p. 327 de la Antología seleccionada y traducida por Manuel Sacristán, 1970):
«Los fines que tú podrías y deberías proponerte para utilizar una parte nada despreciable de tu anterior actividad serían, en mi opinión, estos: convertirte en una traductora de italiano cada vez más calificada. Y he aquí qué entiendo por traductora calificada: no solo la capacidad elemental y primitiva de traducir la prosa de la correspondencia comercial o de otras manifestaciones literarias que pueden resumirse en el tipo de la prosa periodística, sino la capacidad de traducir a cualquier autor, sea literato, político, historiador o filósofo, desde los orígenes de la lengua hasta hoy, y, por tanto, el aprendizaje de los lenguajes especializados y científicos y de las significaciones de los términos técnicos en las diversas épocas. Pero eso no basta: un traductor calificado tendría que ser capaz no solo de traducir literalmente, sino también de traducir los términos conceptuales de una determinada cultura nacional a los términos de otra cultura nacional; o sea: un traductor así tendría que conocer críticamente dos civilizaciones y ser capaz de dar a conocer la una a la otra utilizando el lenguaje históricamente determinado de la civilización a la que suministra el material informativo. No sé si me he explicado con claridad suficiente. Pero creo que ese trabajo merece el intento, y hasta la dedicación de todas las fuerzas.»
(La traducción de este texto es, como queda dicho de antes, de Manuel Sacristán; las cursivas son mías; el tipo de traducción que se indica arroja a mi entender alguna luz sobre la naturaleza y los contenidos concretos de la concepción gramsciana de la hegemonía política.)