viernes, 26 de mayo de 2017

EL CASO DE LA ELEFANTA IRRITADA


Un VIP de la caza mayor ha fallecido en Sudáfrica aplastado por una elefanta. Según las agencias que han hecho circular la noticia, guiaba a un grupo de turistas en una visita de safari fotográfico en un parque nacional, y fue a dar en mitad de un rebaño de elefantas que atendían a sus crías. Sea por lo que fuere, la irrupción inesperada del turismo de pago molestó a las madres dedicadas hasta ese momento pacíficamente a sus labores. Se desplegaron en guerrilla las elefantas, y acometieron belicosas a los intrusos. Cundió el pánico. El experimentado cazador, responsable a lo largo de su vida profesional de las muertes de un montón de bichos de gran o regular tamaño, empezó a disparar su fusil de mira telescópica para ahuyentar a las elefantas enfurecidas. Más o menos después del tercer disparo una de ellas lo atrapó con su trompa y lo levantó varios metros en el aire. En ese momento, otro participante en la excursión abatió a la agresora de un tiro certero. Aquello debería haber sido el fin de todo, pero la elefanta moribunda tuvo aún la presencia de ánimo, por decirlo de alguna manera, de derrumbarse con todo su peso encima del cazador, y este murió debajo de ella, aplastado.
De la noticia se desprende sin duda una moraleja, pero esta es dudosa. Podríamos destacar por encima de todo la intolerancia a todas luces desproporcionada con la que reaccionaron las elefantas al acceso pacífico a su hábitat íntimo por parte de turistas homologados que habían satisfecho en ventanilla el precio establecido de su ticket correspondiente. Daría la sensación de que en este caso los derechos estaban todos de un lado, y las obligaciones – ostentosamente quebrantadas – del otro. Alguien podría exigir una expedición de caza de represalia para poner fin a tiro limpio a las reacciones abusivas de un personal subalterno desagradecido que olvidó culposamente el generoso acomodo y la comida gratis y abundante distribuida en unos safari parks provistos de todos los adelantos y dotados de unos reglamentos ajustados a la legalidad vigente, visados por las autoridades tanto nacionales como internacionales.
Es hora de que los elefantes se enteren de una vez de que se están comportando como gorrones desagradecidos de un Estado que a duras penas consigue evitar (con dolorosos recortes) déficits presupuestarios peligrosos. Son animales que viven  a costa de los sufridos contribuyentes, y por tanto tienen deberes que cumplir; el principal, soportar con buen talante las pequeñas perturbaciones de su regalado modo de vida que les son impuestas por unos reglamentos ampliamente flexibles y nada autoritarios.
Y sí por voluntad propia no alcanza el sector laboral de los elefantes censados en parques nacionales a comportarse de forma lo bastante neoliberal para convivir sin conflicto en el mundo globalizado que es el nuestro, que sepan que se les puede obligar a hacerlo por las malas, caramba. TINA, There Is No Alternative.