Si se examinan los
hechos con cruda objetividad, se trata de un delito; pero uno no puede dejar de
admirar el acompañamiento escenográfico soberbio.
La madre superiora
ruega al mosén que traslade dos misales de su biblioteca a la del capellán del
convento, que él ya le dirá dónde los tiene que poner. Es el contenido de una
esquela manuscrita, firmada por “Marta”. La fecha, 1995. El contenido debe
entenderse del modo siguiente: la esposa del president de la Generalitat
catalana, Marta Ferrusola, indica al gestor de las cuentas opacas de la familia
en Andorra que debe trasladar dos millones de pesetas de su propia cuenta a la
de su hijo Jordi Pujol Ferrusola, y que este ya le indicará más adelante cómo
debe invertirlos.
Una primera interpretación
de la maniobra, a bote pronto, es que la señora deseaba precaverse del qué
dirán; disimulaba para pasar desapercibida ante la eventual proximidad de
miradas o de oídos indiscretos. Yo soy de la opinión de que hay algo más, en el
fondo. No es tanto un disimulo delante de terceros, como delante de ella misma.
Hay una forma de
transitar por la política, específica de personas muy bien pensantes, consistente
en no meterse jamás en política (1). Sentó cátedra en este modelo de
comportamiento el fenecido caudillo de España, pero Jordi Pujol comparte con él
una actitud similar en muchos aspectos. No era su vocación, en efecto, la política,
oficio como se sabe turbio y bastante infecto, sino el ideal del servicio a una
Catalunya (alternativamente, una España) radiante, que merecía todos los
sacrificios, incluido, para Pujol, el de chapotear y revolcarse en el cieno
madrileño. El espejo deslumbrante de una Catalunya inmaculada servía de biombo
para ocultar algunos enjuagues antiestéticos que tenían lugar a su socaire.
Del mismo modo doña
Marta, en el momento de entregarse a transacciones que lastimaban su
escrupulosa conciencia de católica muy practicante, las disimulaba con
metáforas piadosas o cultas. No eran millones, sino misales; no cuentas
corrientes, sino bibliotecas. La única vanidad que se autopermitió, el título de
madre superiora de boquilla.
Ese tipo de metáfora
o traslación semántica de un campo a otro de la realidad permite mantener impoluta
y en estado de revista una parte cuando menos de una conciencia escrupulosa escindida,
de modo que el peso de la culpa no se haga del todo insoportable. Imagino los
rodeos alambicados que habrán construido para sí mismas la monjita que vendía
bebés en adopción a parejas adineradas y decía a las madres biológicas que
habían muerto; o esa otra, la noticia es muy reciente, que proporcionaba víctimas
infantiles sumisas a un sacerdote pederasta.
(1) Javier Aristu
ha reflexionado recientemente sobre estos temas de la política y la moral. Ver https://encampoabierto.com/2017/04/28/politica-o-moral/