El voto de las
primarias es un voto interno, y quien lo controla es el partido convocante. No
pretendo decir que haya trampas obligatoriamente, pero se sabe de algunas
historias raras. En una ocasión, votó en unas primarias para la candidatura
socialista a la alcaldía de Barcelona un grupo de paquistaníes recién llegados
a la capital catalana en busca de trabajo. La cosa trascendió porque fueron
casi los únicos que se acercaron a las urnas partidarias aquel día.
Lo normal es que no
sea necesario llegar a esos extremos. Aun así, es difícil argumentar la
utilidad del invento. Parece preferible para el electorado decidir su voto por
una opción coral, un equipo dirigente sólido, eficaz y conjuntado, que deshojar
la margarita entre uno de tres tenores o primadonnas. Los torneos de fútbol no
los ganan en último término los Cristiano Ronaldo ni los Leo Messi; quienes
acaban sacando las castañas del fuego en las jornadas grises y deslucidas son
las opciones B o los fondos de armario, según la etiqueta preferida por cada
cual. Es muy distinto ganar el Balón de Oro que una gran liga, en la que el
glamour no es un añadido desequilibrante y lo que cuenta es la regularidad del
partido a partido.
En política viene a
suceder lo mismo.
El SPD centró sus
esperanzas de sorpasso para la
cancillería alemana en la operación de imagen asociada al candidato Martin Schulz,
pero de momento este no ha ganado a Merkel ni siquiera en el feudo socialista
de Renania del Norte-Westfalia. El PSOE, de forma similar, ha puesto sus
esperanzas de remontada en un proceso de primarias muy seguido por las
audiencias de los medios por el morbo inherente a dos de los tres candidatos,
que se llevan como el perro y el gato y lo demuestran cada vez que hay ocasión.
Están por ver los
réditos en forma de votos que dará al partido ese culebrón. Susana Díaz ha dicho
con mucho énfasis que, si es ella la candidata electa, caso de que el PSOE no
remonte electoralmente se marchará sin hacer ruido y sin fracturar el partido.
La oferta es tentadora, pero se ha dejado algún cabo suelto. Veamos, ¿esa
prometida retirada silenciosa y discreta se hará, como ha sido habitual en sus
antecesores, por alguna puerta giratoria? Es algo que a la ciudadanía le
agradaría saber. No para votarla, lo digo con total sinceridad, sino debido a
lo que nos cuesta a los contribuyentes una práctica tan consabida y reiterada.
También ha
prometido Díaz, después de no contar en la
autonomía catalana con avales ni siquiera de paquistaníes en tránsito, que “se
dejará la piel” en Catalunya. Seguro que será así, por varias razones. Una de
ellas, que habrá quien se la arranque a tiras.