Unidos Podemos ha
apoyado con una movilización de calle la moción de censura que su grupo
parlamentario ha presentado, en solitario, contra un gobierno tan autoritario como
autista – además de corrupto – que merecía, en verdad, muchísima más censura.
Una cosa es que el ejecutivo ningunee no solo a la oposición, vetando todas sus
iniciativas legislativas, sino a la mayoría de las cortes soberanas que le han reprobado
a un ministro y a dos fiscales; y otra cosa, peor aún, es que las cortes
soberanas se ninguneen a sí mismas y concluyan con un encogimiento de hombros, “qué
se le va a hacer, con esta gente es imposible razonar.”
Al parecer,
suspiramos por aquel estado del bienestar que tan bien nos arropaba y que con
tanto acierto gestionaron los primeros gobiernos de nuestra renacida democracia.
Suspiramos. Ahora bien, para recurrir en este trance a un argumento de
autoridad, conviene recordar que don Gustavo Adolfo dejó sentado en su día, en
una irrefutable ecuación matemático-física de muchos bemoles, que los suspiros
son aire y van al aire. Pensar en armar una oposición coherente sobre la base
de suspiros prolongados y de la especulación, basada en un etéreo cálculo de
probabilidades, de que nos tocará la lotería en los próximos comicios sin haber
comprado antes ningún décimo, es seguir un camino que conduce directamente al
infierno. No lo digo yo; se sabe de siempre que el camino del infierno está
empedrado de buenas intenciones.
Los obstáculos políticos,
económicos, financieros, sociales y morales que tenemos enfrente, son bastante
más consistentes. El respeto que sienten por la democracia los poderes fácticos
que nos empujan a la aceptación resignada de un margen para la política posibilista
que cada día se va encogiendo un poco más, es un respeto “zarrapastroso”, según
expresión de hoy mismo de mi siempre admirada Sol Gallego Díaz.
Practicar la democracia
representativa a fondo, sin dejar de lado ninguna de sus herramientas institucionales, no se
reduce a encajar de forma civilizada el “esto es lo que hay” que nos presentan
los que sujetan el mango de la sartén. Siempre fue más aguerrida que todo eso,
la democracia de los de abajo. Por mucho que se escandalice la señora Pastor,
la presidenta de nuestro zarrapastroso parlamento, no es cosa de hoy el que
suenen palabras fuertes en los debates de la cámara; y no son los
representantes de sus colores los únicos con bula para insultar a los del otro
campo. El insulto también es democrático.
Y todos los
manuales al uso, establecidos a partir tanto de la teoría como de la
experiencia, coinciden en afirmar que cuando no existe consenso, el único
remedio posible para avanzar en democracia es regresar al conflicto.