domingo, 21 de mayo de 2017

REGRESAR AL CONFLICTO


Unidos Podemos ha apoyado con una movilización de calle la moción de censura que su grupo parlamentario ha presentado, en solitario, contra un gobierno tan autoritario como autista – además de corrupto – que merecía, en verdad, muchísima más censura. Una cosa es que el ejecutivo ningunee no solo a la oposición, vetando todas sus iniciativas legislativas, sino a la mayoría de las cortes soberanas que le han reprobado a un ministro y a dos fiscales; y otra cosa, peor aún, es que las cortes soberanas se ninguneen a sí mismas y concluyan con un encogimiento de hombros, “qué se le va a hacer, con esta gente es imposible razonar.”
Al parecer, suspiramos por aquel estado del bienestar que tan bien nos arropaba y que con tanto acierto gestionaron los primeros gobiernos de nuestra renacida democracia. Suspiramos. Ahora bien, para recurrir en este trance a un argumento de autoridad, conviene recordar que don Gustavo Adolfo dejó sentado en su día, en una irrefutable ecuación matemático-física de muchos bemoles, que los suspiros son aire y van al aire. Pensar en armar una oposición coherente sobre la base de suspiros prolongados y de la especulación, basada en un etéreo cálculo de probabilidades, de que nos tocará la lotería en los próximos comicios sin haber comprado antes ningún décimo, es seguir un camino que conduce directamente al infierno. No lo digo yo; se sabe de siempre que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Los obstáculos políticos, económicos, financieros, sociales y morales que tenemos enfrente, son bastante más consistentes. El respeto que sienten por la democracia los poderes fácticos que nos empujan a la aceptación resignada de un margen para la política posibilista que cada día se va encogiendo un poco más, es un respeto “zarrapastroso”, según expresión de hoy mismo de mi siempre admirada Sol Gallego Díaz.
Practicar la democracia representativa a fondo, sin dejar de lado ninguna de sus herramientas institucionales, no se reduce a encajar de forma civilizada el “esto es lo que hay” que nos presentan los que sujetan el mango de la sartén. Siempre fue más aguerrida que todo eso, la democracia de los de abajo. Por mucho que se escandalice la señora Pastor, la presidenta de nuestro zarrapastroso parlamento, no es cosa de hoy el que suenen palabras fuertes en los debates de la cámara; y no son los representantes de sus colores los únicos con bula para insultar a los del otro campo. El insulto también es democrático.
Y todos los manuales al uso, establecidos a partir tanto de la teoría como de la experiencia, coinciden en afirmar que cuando no existe consenso, el único remedio posible para avanzar en democracia es regresar al conflicto.