jueves, 25 de mayo de 2017

POLÍTICOS PROFESIONALES


«Parece que todo indica que una parte muy importante de la dirección del PSOE, de sus cuadros dirigentes, de sus aparatos regionales, de sus líderes, estaban ignorantes de lo que pensaba la mayoría de la militancia del partido. Tal situación de distanciamiento entre cúpula y base nunca se había visto tan palpable. Si yo fuera dirigente regional del partido y hubiera perdido como han perdido en la mayoría de las regiones no sé si tendría agallas para continuar en esa responsabilidad.»
Así se expresa Javier Aristu en su artículo “Pedro y el PSOE”, publicado en el blog En Campo Abierto (1). Coincido con su análisis. Pero este párrafo en concreto apunta a una situación en el interior de las organizaciones políticas que no es exclusiva del PSOE y que aparece como producto residual del gran proceso universal de la reestructuración de la política como profesión remunerada.
Desde esta visión de las cosas, resulta ingenua la confesión de Aristu: “… no sé si tendría agallas para continuar…” Puesto que si él fuera un dirigente regional del partido, de cualquier partido, defendería en primer y principal lugar su modus vivendi, y la eventualidad de una dimisión por motivos de dignidad (“mis bases me han abandonado en la estacada”) dependería por entero de la posibilidad rápida de encontrar un puesto de trabajo alternativo, estable y con unos niveles de remuneración similares.
Cosa que no abunda. Hace muchos años, pregunté a un dirigente sindical de la corriente resistencialista ultra radical, que por azares electorales se había visto investido teniente de alcalde de su ayuntamiento, si pensaba llevar sus ideas a la gobernación del municipio. Y él me contestó: “En esto hay que hilar muy fino.”
Es seguramente lo mismo que se está diciendo en estos momentos la histórica dinastía, o jerarquía, “susánida”. Incluido Emiliano García-Page, que afirmó con luz y taquígrafos que abandonaría su cargo de ganar Pedro Sánchez las primarias. Fue un pronto que no se le debe tener en cuenta. Emiliano aún puede prestar grandes servicios al partido, por ejemplo en el próximo congreso. Su dimisión, ni está, ni se la espera.
El problema de fondo en todos estos tiquismiquis alambicados reside en un profundo malentendido en relación con el mecanismo de la representación; algo tan importante en democracia, que ha calificado a la modalidad de esta forma de gobierno más usual en nuestros días como “democracia representativa”.
Hoy la representatividad se entiende al revés. No es el dirigente quien ejerce la representación de sus bases, empoderándolas con su mediación ante las instituciones. A la inversa, son las bases las que, en virtud de una disciplina cuasi militar autoimpuesta, tienen la obligación sagrada o poco menos de representar ante la nación a sus jefes naturales, siguiéndoles con el refrendo de su voto en todo lo que propongan. El vínculo transcurre así de arriba abajo, desde la cúpula hacia la base, y no a la inversa, porque los canales de comunicación de abajo arriba han sido obturados a plena conciencia desde tiempo inmemorial.
Pero el dato, objetivo y laico, de que Susana Díaz ha tenido más avales que votos en el proceso de primarias del PSOE, viene a demostrar la falacia de esa disciplina ideal basada en una teórica “servidumbre voluntaria”. En este negociado por lo menos, tal servidumbre ha dejado de tener curso legal.