martes, 30 de mayo de 2017

TRABAJO SINIESTRO


Los accidentes de trabajo repuntan. Ha habido 149 muertes en el primer trimestre de 2017 pero las cosas van mucho más allá, no todos los accidentes que se producen en el trabajo mismo o in itinere tienen resultado de muerte. En conjunto, el porcentaje de la siniestralidad laboral ha aumentado en un 5,6% respecto del primer trimestre de 2016.
Se trata de un aumento neto. Es decir, no obedece a la regla de tres de que, a más población empleada, también más accidentes. Cierto que ha crecido (estadísticamente) el empleo, pero el porcentaje de siniestros en 2016 se calculó en relación con el censo laboral de ese período preciso; y el de 2017, también. Quiere decirse que no ha habido un incremento “natural” y punto, sino un incremento “natural” más el 5,6%.
La explicación de la cifra está en relación muy directa con la precariedad del empleo y con la escasa duración de los contratos, pero también con las malas condiciones objetivas en las que se realiza el trabajo. Así lo ha manifestado Oscar Bayona, técnico de la secretaría de salud laboral de CCOO: «Más allá de factores como la precariedad, hay un conjunto de relaciones laborales que afectan directamente a los trabajadores y elevan las desprotección y siniestralidad de éstos.»
Alguien puede tener la sensación de que la reclamación internacional de “empleo decente” se refiere a un empleo “decentemente pagado”. Es eso, claro, y es más. No hay una preocupación consistente, ni en el empresariado (considerado en general, con tantas excepciones como valgan) ni en la autoridad laboral, sobre las condiciones concretas de seguridad e higiene en las que tiene lugar la prestación del trabajo. Lo de la autoridad laboral se confirma con otra estadística: al tiempo que crecía desde el año pasado la siniestralidad, se ha reducido el número de inspectores de trabajo.
De modo que nos vemos enfrentados a dos lacras que se superponen: la primera es la de los “trabajadores pobres” cuyos ingresos no alcanzan el salario mínimo interprofesional; la segunda, la de los trabajadores en riesgo, por la falta de condiciones adecuadas en el desempeño de su prestación.
Como suele llover sobre mojado, las dos condiciones expresadas vienen a recaer con frecuencia en las mismas personas. Una precisión más: esas personas son, con mayor probabilidad, personas jóvenes. Tanto para las mujeres como para los varones, las estadísticas muestran que las cifras más altas de siniestralidad laboral afectan a la franja de edad comprendida entre los 16 y los 24 años.
Hoy se están discutiendo en las Cortes los presupuestos generales del Estado. De las cifras presentadas y de los argumentos con los que se defienden esas cifras, no se desprende ninguna preocupación especial por este tema. Ni siquiera alguna cautela parecida a la etiqueta que es obligatorio incluir en los paquetes de cigarrillos, y que en este caso diga: «Ojo, el trabajo mata.»