lunes, 15 de mayo de 2017

COMERSE EL PASTEL Y GUARDARLO


Peter Pan, según la historia de James Barrie, tenía un dilema serio (algunos, aficionados en exceso a esta palabra, lo llamarían “profundo”). Si quería seguir teniendo a su lado a Wendy, aquella encantadora madrecita cuya aspiración en la vida era recoser por las noches la ropa de los niños perdidos mientras les contaba cuentos para hacerles dormir, Peter estaba obligado a crecer. Si elegía no crecer y seguir siendo eternamente un niño, perdía sin remedio a Wendy y el mundo que representaba.
Crecer implicaba hacerse persona mayor, es decir: vestir levita, pantalones rayados, botines, sombrero de copa, gafas de concha y paraguas; manejar presupuestos complicados; regir la agenda diaria por el reloj, y echar una tripa consistente, entre otras obligaciones quizá no tan repulsivas.
Tal y como ha quedado debidamente documentado, Peter tiró por la calle de en medio y se llevó a Nunca Jamás a Wendy y a sus dos hermanos. Durante el viaje, que fue divertidísimo, se olvidó de sus acompañantes en varias ocasiones; en una de ellas el pequeño Miguel se durmió y cayó a plomo a cielo través, pero pudo ser salvado en última instancia de estrellarse gracias a una ágil pirueta de Peter, que quedó encantado de sí mismo después de aquel lance.
Los niños vivieron aventuras emocionantes en Nunca Jamás, pero en definitiva eligieron volver junto a sus padres. Peter, por el contrario, eligió no elegir.
Su posición es parecida a la de las personalidades adictas al credo neoliberal que gestionan el actual capitalismo. Creen que el egoísmo privado es el anclaje ideal para la cohesión social; que el esquilmo de las materias primas y la emisión de gases venenosos a la atmósfera son minucias que no perjudican la sostenibilidad del planeta; que incrementar hasta extremos insoportables la desigualdad entre las personas llevará a largo plazo a la mayor felicidad de todos. Para plasmar esas fantasías inconsistentes y contradictorias, su receta mágica es el polvo de hada. El polvo de hada es brillante y dorado, como es sabido; esparcido sobre las personas, les permite levitar y evadirse sin esfuerzo del mundo real.
Se trata de chiquilladas, por supuesto. Pero están costando muy caras. Pensar de esa manera permite acelerar alegremente la marcha y ahorrarse preocupaciones sobre el futuro, pero el futuro está ahí, esperándonos puntualmente todos los días.
Es imposible comer el pastel y guardarlo, al mismo tiempo. Es imposible no introducir el futuro en nuestros cálculos y sin embargo pensar que en su momento tendremos un futuro amable a nuestra disposición.
La vida consiste en elegir. Elegir no elegir es una actitud suicida. Las tasas de suicidio se están incrementando en las sociedades postindustriales que se postulan como punta de lanza de nuestra civilización.
El fin del mundo podría ser muy triste.