No soy bueno adivinando.
Hasta el último momento creí en una victoria ajustada de Susana Díaz en las
primarias del PSOE, y así lo expuse a todos los que me preguntaron. Una
victoria que no serviría de nada, anticipé; y en eso creo que no me equivoqué.
No es que yo
estuviera a favor de la candidatura de Susana, y a mis escritos anteriores me
remito. Tampoco estaba a favor de Pedro, ni de Patxi. Todo el proceso iniciado
con la defenestración de Ferraz, pasando por la abstención en la investidura de
Rajoy y el acaparamiento de la atención del público mediante el montaje de unas
primarias muy publicitadas y a cara de perro, me parecía costoso, inútil, y
negativo para el partido. Pero me parecía también que el aparato del PSOE controlaba
las pasiones que estaba desatando en el seno de la organización, y que los
barones (Ximo Puig, Page, Lambán entre ellos) garantizaban cómodas mayorías en
sus feudos, según la vieja fórmula del cujus
regio ejus religio.
No ha sido así. Ni
la “neutralidad activa y operante” de la gestora, ni la vociferación maleducada
de los pobladores de la torre del homenaje, han garantizado el resultado apetecido.
Antonio Hernando, el hombre que cambió de caballo en mitad el vado, ha dimitido
arrastrado por la corriente; Emiliano García-Page debería seguirle a muy corto
plazo, si es que tiene palabra, puesto que prometió abandonar la política en
caso de victoria de Sánchez.
Los dos próceres, y
aun otros que puedan seguirles en su próxima travesía del desierto (pienso, por
ejemplo en José Carlos Díez, el discutido gurú económico de la lideresa in
pectore), se irán desnudos del afecto de sus bases. Lo cierto es que el
cataclismo del voto interno no se ha decantado tanto en favor de una opción,
como en contra de otra. El mecanismo del mal menor ha funcionado con una
potencia y una proyección que no se le conocían. No ha habido resignación, sino
ira. No es probable a estas alturas que las bases de todas las opciones políticas
que compiten en el mercado público se instalen en la resignación. Si los
líderes insisten en no escucharlas, habrán necesariamente de pagar el peaje
consiguiente.
Así ha venido
sucediendo en fechas recientes, también en otras latitudes. Hay un discurso
instalado en la opinión que afirma que la izquierda no se ha sabido situar en
el cambio de paradigma de los grandes cambios tecnológicos, económicos y
sociales desencadenados a partir de los años noventa del siglo pasado. Los
datos nos indican que tampoco las derechas han asimilado bien tanta novedad;
que los controles y los equilibrios que regían la ciencia de la política han
desaparecido por el escotillón, y que el ciudadano corriente, desprovisto de
paraguas sociales frente al chaparrón, ha pasado a situarse de preferencia en la
intemperie del individualismo a ultranza. "Si no me das, yo no te doy."
Las bases se han
rebelado; no quieren ser más bases. Algunos lo llaman populismo, pero
posiblemente hay más de espartaquismo en esa actitud. Me refiero a los
gladiadores, no a otros Espartacos más recientes. Un día, en la vieja Roma, los
marginales entrenados para servir de diversión a la elite en el circo encontraron
que se divertían más despanzurrando a generales de las legiones que despanzurrándose
recíprocamente entre ellos. Aunque la rebelión no tuviera ningún futuro. De
todos modos, ellos ya de antes tampoco tenían un futuro digno de ese nombre.
El otro gran derrotado
en las primarias ha sido elpais, muy puesto durante todo el proceso en el papel
de oráculo de Delfos y asesor privilegiado de conciencias. El editorial de hoy
expresa la infinita desolación del rotativo por el resultado, con frases como
esta (elijo la menos sonrojante): «La emoción y la indignación
ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el
contraste de los hechos.» Si la razón, los argumentos y el contraste de los
hechos son lo que connota la inequívoca posición de elpais a lo largo de todo
el proceso vivido en las últimas semanas, la Real Academia deberá suprimir del
diccionario de la lengua la entrada “torticero-ra”.
Así de claro.