El forcejeo
frenético entre las dos formaciones principales de la izquierda española, PSOE
y Podemos, ha inspirado a José Luis López Bulla un texto importante, “El
cainismo de las izquierdas”. Con gusto citaría aquí alguno de los párrafos
centrales de su razonamiento, pero no me veo capaz de elegir entre uno u otro,
todos me parecen igualmente necesarios. De modo que, por si alguno no conoce
aún el camino para llegar hasta él, lo dejo aquí indicado:
A modo de
comentario colateral, añadiré aún un par de cosas.
Esta situación no
se había dado antes en la izquierda porque antes la izquierda no era así. Los viejos
partidos se caracterizaban por un centralismo riguroso y por un sectarismo a
flor de piel. El cemento de la ideología unificaba el discurso propio de cada
opción, independientemente de sus apoyos reales, y cada disentimiento interno se
convertía rápidamente en una traición. Había una seriedad infinita en el
reclamo al fiel seguimiento de la “línea”. Las “líneas” eran tantas como los partidos
en presencia. El nacimiento de una “línea” distinta precipitaba sin remedio una
escisión. Por eso decía Luciano Lama (certera la cita de Bulla) que el
enfrentamiento se teoriza, y en cambio la unidad se abre paso solo cuando se
dejan a un lado las teologías, las variantes ideológicas al uso.
Como vivimos en
tiempos de posmodernidad, y los partidos ya no son estructuras pesadas sino
ligeras, meras plataformas electorales, el esquema anterior ya no es
utilizable. Ahora se persiguen las preferencias del electorado detectadas por
medio de sondeos sofisticados; y esas preferencias, ay, varían de un día para
otro, oscilan al compás de la actualidad inmediata movidas por impulsos
pasionales – indignaciones – de recorrido muy corto. El papel de los medios es
decisivo para conformar una opinión nueva al hilo de cada nuevo telediario. Un
desahucio traumático, un caso sangriento de violencia de género, la muerte de
una anciana como consecuencia de la pobreza energética, un atentado terrorista
en un aeropuerto, van reconfigurando día a día la lista de prioridades que los
partidos recalientan en la cocina apresuradamente y ofrecen a los votantes. Nadie
se detiene a elaborar políticas a medio y largo plazo; y cuando a pesar de todo
las hay, se ocultan detrás del reclamo inmediatista a la impresión más reciente
de la audiencia según el último noticiario de las cadenas de televisión.
No hay entonces
tanto un enfrentamiento en la izquierda (lo que se propone es más o menos lo
mismo) sino un forcejeo por ocupar el primer plano. La iniciativa de Podemos al
proponer una moción de censura en el momento neurálgico en el que se conocen
los mensajes cruzados por los protagonistas de una de tantas tramas corruptas,
obedece a la intención de ocupar el centro del tablero. La respuesta de Javier
Fernández a la proposición de Iglesias se sitúa en la misma sintonía, cuando le
acusa de “hacer de la política un juego de apariencias”, y señala que la moción
“busca desviar el foco de la atención”.
He leído en un
artículo reciente de Josep Ramoneda un eco de la primera acusación. Dice
Ramoneda que Podemos “juega a la política, más que hacer política”. El reproche
es justo. Es, por otra parte, lo que puede esperarse de una formación dirigida
a seducir antes que a resolver. Siempre me ha parecido que la fuerza principal
de Podemos está en las confluencias en los niveles locales, donde se pisa el terreno
de la unidad haciendo cosas en común, tal como proponía Lama; y que su mayor
debilidad está en la dirección nacional, en la que ni Pablo, ni Íñigo, ni
Tania, ni Irene, etc., han conseguido que les tomemos en serio.
La segunda
acusación de Fernández a Iglesias tiene todo el aire de un lapsus freudiano.
Desviar el foco de atención, ¿de qué? La respuesta más lógica me parece la
siguiente: el PSOE necesita centrar la atención de los medios en el proceso de
primarias, un duelo-espectáculo en el OK Ferraz para el que ya se han asignado los
papeles estelares de la buena, el feo y el malo. La corrupción puede esperar,
el debate de los presupuestos también. Hasta el día 21 todo el partido oficia el
trance con la escenografía alambicada de un auto sacramental, que por lo demás
tiene un aire irresistible de déjà vu.
Es «La persecución y muerte de Pedro
Sánchez Castejón tal y como fue representada en la sede de Ferraz bajo la
dirección del Marqués de Zapatero».
Esta función
teatrera, por mucha solemnidad y charanga que se le ponga, es en definitiva otro
“juego de apariencias”, tanto por lo menos como la moción podemita. La realidad
apremiante, los problemas urgentes, las cosas que importan de verdad, están ahí
esperando que los líderes políticos ensimismados abran las ventanas y miren hacia
fuera.