miércoles, 10 de mayo de 2017

UN SECTOR PÚBLICO EN LA ONDA DEL LARGO PLAZO


Mariana Mazzucato, entrevistada en lavanguardia por Lluís Amiguet (1), propone una reconsideración de lo público como vía indispensable para la eficiencia de la economía productiva. El secreto, en su opinión, consiste en dotar al sector público de una autonomía consistente de gestión, capacitándolo así para desarrollar sus iniciativas sin depender de los avatares de los partidos políticos ni de los resultados de las sucesivas elecciones.
El invento es tan brillante como el de la sopa de ajo: me refiero a que es una receta sencilla, no es nueva, y está comprobado que funciona de maravilla. El problema, entonces, es cómo alejar a los partidos políticos triunfantes de lo que consideran preseas concomitantes a su victoria electoral; es decir, negarles el reparto del gran pastel de lo público y su utilización: 1, parasitaria (es decir, en beneficio de los bolsillos privados de sus detentadores en primer lugar, y de su círculo directo de influencia), y 2, clientelista (con la creación de circuitos privilegiados de favores así materiales como meramente honoríficos, dirigidos a aglutinar las más amplias voluntades en torno a una opción de gobierno concreta).
Los ejemplos a nuestro alcance son numerosos y notorios. La concepción del Estado como una finca particular sometida a criterios meramente extractivos de rentas no es historia antigua ni se va corrigiendo con paciencia y severidad; es la noticia de hoy mismo, el pan de cada día, y no hay propósito de enmienda sino de insistencia.
He aquí la fórmula de Mazzucato para evitar la politización de lo público: «Gestionar a largo plazo. Evitar que los gestores vayan cambiando en cada elección y crear agencias independientes y mecanismos democráticos –no partidistas– que nombren gestores capaces. Sin amiguismos ni improvisación al ritmo de encuestas y urnas. Ya lo hacen en parte Alemania, Israel y hasta EE.UU.»
No es fácil cumplir ese programa. El primer paso sería cambiar la concepción corriente del Estado, parecida a la imagen de una marrana recién parida a cuyas ubres se amorran los lechoncillos para chupar todo el líquido nutriente que puedan por sí mismos y que les permitan sus rivales en el empeño. Un Estado activo, no pasivo, que trabaje y promueva iniciativas con un criterio de cooperación y de síntesis extensible a todos los que, con un término algo anticuado en la literatura ultimísima, llamaríamos sus “súbditos”. Un Estado, también, escalonado; no resumible en un gran aparato central, sino extensible a una pluralidad de ámbitos menores provistos de iniciativa y de autonomía propias, muy capaces de generar sinergias positivas para el conjunto. Un Estado, además, diverso, de modo que no se produzcan continuos encontronazos entre las diferentes opciones políticas que conviven en su interior, sino que se generen elementos de consenso beneficiosos a la larga para todos. Un Estado democrático, en fin, si no limitamos la idea de la democracia a una dictadura de las urnas, por la cual quien gana la baza se lleva toda la puesta.