Al tiempo que
escribo estas líneas, Mariano Rajoy está reiterando en el Congreso su plena confianza
en el tridente de gala que ha colocado en su equipo para cubrir el flanco
Aranzadi de la política de negocios pingües que promueve con empeño digno de
mejor causa el partido del gobierno.
Catalá, Maza, Moix.
Tres cracks.
De nada sirve que
el Congreso, presunto depositario de la soberanía nacional, haya reprobado a
los tres. El parlamento solo es útil en la actual situación como arma
arrojadiza contra los extraparlamentarios. Se ningunean las movilizaciones de
calle con el argumento de que las cuestiones políticas han de dilucidarse en el
parlamento. Cuando se llevan esas mismas cuestiones al parlamento, en cambio,
la opinión mayoritaria de la cámara tampoco vale de nada. Tenemos la confianza
del gobierno, ha venido a decir el fiscal general del Estado, señor Maza. Respecto
del resto, preferimos que se nos aplauda, claro está. Pero si nos aplauden en
la cara, no por eso vamos, ni a dimitir, ni a rectificar.
¿Qué vale, entonces,
para que el pueblo soberano pueda cambiar lo que es evidente que no le gusta?
El desprecio de los
poderes ejecutivos hacia las cámaras legislativas es más o menos universal,
pero en pocas ocasiones, diría que en ninguna, ha llegado tan lejos como para
hacer caso omiso de una votación parlamentaria de confianza. Es otro récord
mundial de la marca España. La jeta entre divertida y socarrona de Catalá y Maza
después de la sesión, y sus explicaciones a los medios, valen por toda una
lección de dictadura de facto.
Y es que el club internacional
y exclusivo de los negocios pingües se sitúa cada vez más lejos de la
democracia. La tolera como un mal menor, pero siempre y cuando no resulte un
incordio excesivo. Error. La democracia, si es de verdad y no de mentirijillas,
siempre es un incordio excesivo.
Por todos estos
intríngulis, resulta inane que Patxi López, outsider al cargo de secretario
general del PSOE, afirme (literalmente): «Nosotros somos la alternativa al PP,
y no tenemos que pactar con Podemos.» Y en la misma entrevista, firmada por
Anabel Díez y Rafa de Miguel en elpais, añade que «… debemos definir espacios
de consenso [con el PP] en asuntos muy relevantes, de Estado.»
Declaraciones que
me parecen lamentables para un político que aspira a postularse como jefe de un
futuro gobierno de la nación. Lo que implican, es que toda una porción del
Congreso de los Diputados tiene para él un valor cero en lo que se refiere a
los consensos (de Estado u otros). Y en último término, se deduce sin demasiado
esfuerzo de ellas que la "alternativa política" que avizoraría el PSOE bajo su
mando tendría sentido, no en relación con la ciudadanía (ni se menciona la
palabra), sino en relación con la prioridad en el trato con el selecto club
internacional de los negocios pingües.