martes, 7 de agosto de 2018

AL GOBIERNO O AL CHARCO


Decía yo hace pocas fechas en este mismo sitio que, dado que todos los datos conocidos y presumibles estaban ya entonces encima de la mesa, respecto de lo que ocurriera después de la elección de Pablo Casado en las primarias del PP, a sus votantes no les quedaría más recurso posible que reclamar al maestro armero.
Conocen ustedes, imagino, la expresión. Era la gran broma siniestra a los novatos, los “malditos”, en la hoy desaparecida mili. “¿Y si la granada me estalla en las manos? ¿Y si el paracaídas no se abre?”, etc. El teniente instructor ponía cara de póquer y respondía invariablemente: «En ese caso reclame usted al maestro armero.»
El paracaídas del PP da señales de no abrirse. Su líder ha pasado de sostener que cumplió escrupulosamente con todas las asistencias, exámenes y trabajos exigidos para el máster con el que adornó su currículo, a afirmar que la cuestión es en sí misma irrelevante y en consecuencia no piensa dimitir. El asunto irá al Supremo, que viene a ser en este caso el maestro armero; es decir, explicará de forma pormenorizada lo que falló, en un momento en que todo el asunto no tendrá ya remedio.
En efecto, descontado el hecho de que Casado sí cometió un fraude en connivencia con sus profesores, el alto tribunal habrá de elegir entre dos extremos: o bien sostener que el fraude no tuvo mayor importancia, lo que creará un precedente peligroso para el prestigio de la institución universitaria, o bien afirmar que sí tuvo importancia, con lo que el PP recaerá en el mismo charco que intentaba evitar para reiniciar desde bases más sólidas el asalto al gobierno. La "vía media" entre los dos extremos, absolver al líder con la mandanga de que no todos los puntos de la acusación han sido probados a satisfacción, no evitará la rechifla a Casado ni el desprestigio de la Universidad, y además añadirá descrédito universal al ápice de nuestra judicatura.
El tema del charco antes citado salía en un antiquísimo chiste de baturros que yo oí contar a mis tías a una edad tan tierna que no conseguí entender la chispa del asunto.
El baturro iba de camino a Zaragoza y se cruzaba con un ángel. “¿Adónde vas?” “A Zaragoza.” “Será si Dios quiere.” “Quiera o no quiera.” El ángel ofendido convertía al baturro en un sapo por un periodo de un año, que este pasaba croando en un charco a la vera del camino. Pasado el año, el baturro reemprendía el camino y el ángel repetía la pregunta. Después del “quiera o no quiera”, el sapo volvía al charco por un año más. Así durante cinco o seis años, tiempo suficiente para que incluso un baturro sacara las conclusiones pertinentes. En la última reencarnación, el ángel incansable volvía a preguntar: “¿A dónde vas?” Y el baturro agachaba la cabeza y contestaba a regañadientes: “A Zaragoza… o al charco.”