martes, 21 de agosto de 2018

CON EL 155 VIVÍAN MEJOR


A falta de un bocadillo político más sustancioso que sirva para armar maraña a Pedro Sánchez (aún seguimos en agosto, y muchos establecimientos están de vacaciones), el dúo cómico Pablo y Alberto se pide a coro un nuevo 155 en Cataluña. Emilio Jurado les llama, en un artículo incisivo en Nueva Tribuna, “dos tontos muy tontos”. Van los dos a piñón fijo. No hacen política, “surfean” majestuosamente por debajo de ella. Como la imaginación no es su fuerte, ni siquiera en el manejo de los tópicos más sobados, resulta que vienen a coincidir en todo, y el uno hace eco al otro de forma constante.
Dolors Montserrat, la nueva menina de Casado, les hace la claca a los dos. Albiol, en cambio, expresa dudas. José Luis López Bulla ha analizado esas dudas con perspicacia (ver http://lopezbulla.blogspot.com/2018/08/albiol-contradice-pablo-casado.html). Podría haber algo más que un “mcguffin”, con todo, en el fondo de la postura del viejo roquero badalonés. Desde siempre, en los análisis del PP de Génova, se ha dado…, cómo expresarlo, se ha dado una “fractura epistemológica” respecto de las posiciones mantenidas por su franquicia catalana. Me dirán, ¿qué es eso de la fractura no sé qué? (Reconózcanme que suena bien.) Me refiero a que un mismo argumento suena de una manera en la Carrera de San Jerónimo, y de forma perceptiblemente distinta en el Parc de la Ciutadella. En uno y otro lugar, el argumento punitivo despierta en la audiencia proclive a la mano dura sentimientos diferentes. En la primera caja de resonancia, San Jerónimo, el caudal de votos que pueda aprontarse por estos procedimientos favorecerá en primer lugar a Pablo, y solo de forma muy secundaria a su pareja de baile; en la segunda, Ciutadella, los posibles votos irán sin remedio a parar a los dominios de Albert. A Albiol, que vive y trabaja en Ciutadella, ese escenario no acaba de gustarle. Tiene bajo mínimos sus caladeros, y no percibe en el aire la posibilidad de un cambio por la vía de un nuevo 155 ya no dirigido por Soraya, sino por los socialistas.
El tercer pie de estas trébedes catastrofistas es a su vez un trío: Quim Torra + Carles Puigdemont + Roger Torrent. La inacción del terceto desde la recuperación de la autonomía de la Generalitat ha sido espectacular. Ninguna ley, salvo la tramitación burocrática de las que estaban atascadas. Ningún movimiento político, salvo la recuperación de noventa altos cargos de la institución cesados a partir de la vigencia del 155. Vacaciones forzosas impuestas desde arriba al órgano de la soberanía autonómica. Ninguna propuesta, como no sea sembrar espacios públicos de lazos amarillos, cruces amarillas o sombrillas amarillas.
Lo llaman defensa de la república. Lo llaman firmeza. Lo llaman libertad de expresión. Viene a ser que ahora la libertad de expresión es institucional, de modo que solo debe amparar la de hun bando y condenar con ferocidad la del hotro, ese que persevera en retirar con nocturnidad lazos, cruces y paraguas. La fiscala general del Estado ha declarado que ninguna de las dos conductas es punible. Su sensatez ha cortado de raíz la pretensión del estado mayor independentista de buscar amparo en la misma legalidad que niega, a su conveniencia, para todo lo demás.
Da la sensación de que la declaración del 155 vendría de perlas a los tres estrategas de una independencia virtual. Les daría un motivo más para ir a quejarse a las cancillerías europeas: “miren lo que nos están haciendo”. Negociar políticamente desde la autonomía está descartado: la autonomía es una trampa; la negociación con el Estado, otra mayor; la política, la trampa más grande de todas.
Si don Manuel Fraga pudo decir en tiempos que la política hace extraños compañeros de cama, es evidente que la antipolítica consigue efectos, en el mismo orden de cosas, más extraños todavía.