Carmen Lomana ha
hecho algunas declaraciones sobre la actualidad del país. Quizá les ocurra a
ustedes lo mismo que a mí, y es que la señora no me suena de nada. En
lavanguardia aclaran que se trata de «una empresaria y una conocida
televisiva». En una apresurada consulta a google, resulta que como empresaria su
nombre apareció en los papeles de Panamá. Se trata, por consiguiente, de una
distinguida evasora. Lo de “televisiva” no alcanzo a concretarlo más, sin duda
porque los platós que frecuenta no son los que yo suelo visitar.
No merecerían mayor
comentario las opiniones de la señora de no ser porque son representativas de
una corriente de opinión tal vez no muy amplia pero sí muy enquistada en el
país. Dice, por ejemplo, que la exhumación de la momia de Franco le parece una “profanación”.
Profanar, según el diccionario, es tratar una cosa sagrada sin el debido
respeto. Cabe discutir si lo que le parece “sagrado” a Lomana son los restos
del dictador reposando bajo la cruz, o los restos mortales de cualquier persona
humana, esté donde esté enterrada. En una cuneta, por ejemplo, después de ser
fusilada como escarmiento. Hay una corriente de opinión, próxima a todos los
efectos a la evasora televisiva, que no considera dignos de respeto ni merecedores
de memoria tales restos, y considera un dispendio exagerado desenterrarlos para
darles sepultura más adecuada a su dignidad. Esas, dicen de forma desenfadada,
son historias del tiempo de la abuelita.
Lo de Franco
pertenece también al tiempo de la abuelita, pero con una connotación distinta.
Aquí sí, el debido respeto es de rigor.
El fondo de la
cuestión aparece con más claridad cuando Lomana señala que «los que perdieron
la guerra civil aún no lo han asumido». Convendría, a su parecer, que lo
tuvieran muy presente todos los días de su vida. Poca vida, porque la
victoria data ya de 79 años, y esa es una edad respetable. Es más, desde
entonces nos hemos dotado de un régimen nuevo, de una funesta democracia
inorgánica, aborrecida por el Caudillo.
Da la sensación de
que es precisamente Carmen Lomana, por la forma en que se expresa, quien no ha
asumido esa realidad.
No es la única, por
desgracia.