Se encuentra
pasando unos días de descanso en mi apartamento de Pol el famoso detective Lew
Archer, que acaba de rematar el difícil “caso Galton” en su California natal.
Ustedes lo recordarán con la cara de Paul Newman en Harper, investigador privado, una película estimable de Jack Smight,
de 1966. Harper era en realidad Archer. Entonces se parecía muy poco a Newman, en la
realidad. El parecido se ha acentuado con el paso de los años. Suele ocurrir,
con los mitos.
Sus conocimientos
del español son rudimentarios, de modo que me pide información adicional sobre
la pintada “Kiss” en la cara de un santo innominado de la catedral de Santiago
de Compostela. Kiss es un grupo de rock duro que ha actuado este verano en
Galicia. Se supone que un fan pasado de revoluciones y/o de farlopa decidió
inmortalizar a sus ídolos en la figura de piedra, que se remonta a los inicios
del siglo XII.
Archer no lo cree
así. Un pirado armado de rotulador no va a caer por casualidad delante del pórtico
de Platerías, me dice. Y no rotula precisamente la figura situada en el extremo
que no está bien encuadrado por las cámaras espías fijas. Su tesis es que no ha
habido azar ni improvisación, que todo fue calculado al milímetro: la
desenfilada de vistas, el color azul, el “Kiss” como falsa pista. El autor de
la hazaña quiso dejar un mensaje ambiguo.
─ ¿Qué mensaje? ─ pregunto.
─ “Primer aviso” ─
me contesta, abrupto. Parece querer añadir algo, pero finalmente calla.
─ Primer aviso ¿de
qué?
Mueve una mano en
el aire, como si intentara apresar algo inconcreto.
Atienda a la
acumulación de elementos, me dice. Puede ser todo casual, pero en mi profesión
sabemos que las casualidades son muy pocas. Tiene primero el color azul, que ya
es un símbolo. A dos pasos de Santiago hay una mansión cuya propiedad recae por el
momento en una familia de postín de estas latitudes; la finca está protegida
como bien cultural por el Estado, sin embargo, y se anda en pleitos con el fin
de revertir la titularidad al patrimonio público. Asimismo, dos figuras de
profetas, que formaron parte del Pórtico de la Gloria de la misma catedral de
Santiago que ha sido objeto de agresión, fueron “adquiridas” a título gratuito
por el patriarca de la familia, y sus herederos están tratando ahora mismo de
colocarlas en el mercado del mundillo artístico internacional. Se trata de las
estatuas de Abraham e Isaac, me han dicho, aunque otros apuestan por Jeremías y
Ezequiel. El Ayuntamiento de Santiago está moviendo hilos para recuperar las
figuras. La bronca es considerable, al parecer. Añada usted que existe la
intención política firme de exhumar al patriarca de su suntuosa tumba y
colocarlo en un lugar menos prominente.
Ahora bien, existen
organizaciones, fundaciones culturales, pequeños partidos e incluso escuadras
de acción más o menos expeditiva, relacionadas con la herencia proteica del viejo
patriarca fallecido. Este sigue siendo un recuerdo presente en el escenario
político del país. Recientemente ha habido movidas de protesta en su favor: concentraciones
con banderas, himnos y amenazas inconcretas de revancha si determinados
proyectos oficiales siguen adelante. En tales concentraciones predominaba el
color azul, ya ve usted. No me parece imposible que el autor de la pintada esté
relacionado con este tipo de movimientos telúricos, y que algún experto situado “dentro”
de la catedral le haya hecho llegar la información de cuál era el objetivo más
indicado para que la fechoría pasara desapercibida para todos, incluida la
vigilancia electrónica. Para consumar una pintada de ese estilo, sabe usted, basta
apenas medio minuto, y de noche todos los gatos son pardos.
─ Lew ─ le digo ─,
tiene usted demasiada imaginación, y este calor acaba de rematar la faena. ¿Le parece
bien que prepare otro whisky sour, y así nos sirve de puente hasta la hora del
aperitivo?
─ Sea ─ asiente Lew
Archer, magnánimo.