Ha muerto a los 86
años Josep Fontana, el tozudo mensajero de malas noticias que era necesario
escuchar con atención y asimilar con desgana, buscándoles acomodo siquiera
provisorio cuando tanto habríamos preferido oír noticias buenas, noticias
radiantes de esperanzas de éxitos memorables que él nunca incluyó en sus pronósticos.
Ha muerto. Lo de
los 86 años es lo de menos, podía haber sido cualquier otra cifra. Estas cosas
pasan, todos los días. Se nos muere la gente como Fontana, la gente a la que solíamos
recurrir en medio de nuestras desorientaciones pertinaces con la misma urgencia
con la que buscamos un letrero indicador cuando nos sentimos perdidos en una
carretera que conocemos mal y tiene fama de peligrosa.
De hecho, fue él
quien nos advirtió muy a tiempo de que “El futuro es un país extraño”. Y el
futuro está ya aquí, y es extraño, y necesitamos las claves para comprenderlo
que Fontana nos susurraba al oído. No eran claves melodiosas, sino
discordantes; no eran las que habríamos deseado escuchar, pero sabíamos que era
obligado prestarles atención, de todos modos. Cuando uno forzosamente ha de
adentrarse en un paisaje oscuro e inestable, lleno de abismos invisibles, de
arenas movedizas y de caminos erráticos que no conducen a ningún lugar,
necesita inexcusablemente un mapa. Josep Fontana era uno de los pocos maestros
reconocidos que nos proporcionaba mapas fiables, llenos de datos rigurosos altamente
desagradables, cierto, pero exentos por completo de las confusiones
benevolentes y de las mentiras arcangélicas que tantos daños acarrean a la
larga a los viajeros desprevenidos.