lunes, 6 de agosto de 2018

ASUNTOS DE FAMILIA


Las tramas de las novelas de Ross Macdonald serpentean a lo largo de varias generaciones. Los pecados ocultos de los padres recaen sobre los hijos, la incapacidad de los hijos para asumirlos lastra a su vez las perspectivas de los nietos, y todo el embrollo monumental acaba por salir a la luz debido a una serie de actos violentos que vienen a ser como válvulas de escape de una presión excesiva. Padres e hijos entran en conflicto permanente en las historias del novelista; no se entienden, no se aceptan, no se perdonan.
En El otro lado del dólar, la novela cuya lectura acabo de terminar (tengo ocho novelas de Macdonald, casi todas de la colección policiaca de Bruguera-Libro Amigo ─libros de bolsillo con mala impresión en papel barato, que hay que tratar con cuidado para que no se desencuadernen de forma irreversible─, y me he trazado el plan de releerlas en este mes de agosto), la situación inmanejable del conflicto iniciado con la fuga de un chico de dieciséis años de un reformatorio, inspira al private eye Lew Archer primero una constatación y luego un deseo. Los menciono por su orden. La constatación (p. 165, la traducción la firma Daniel Landes):
« La tristeza se transformó en una vaga idea, semioculta en mi cerebro: cada generación tenía que empezar desde cero y descubrir el mundo de nuevo. Cambiaba tan rápido ese mundo, que los niños no podían aprender nada de sus padres ni los padres de sus hijos. Las generaciones eran como tribus enemigas, cada una en su isla de tiempo. »
El deseo (pág. 247):
« ─ A veces pienso que los hijos deberían ser anónimos.
─ ¿Qué significa eso, Mr. Archer? ─era la primera vez que me llamaba por mi apellido.
─ No es un plan ni un sistema; preferiría que el énfasis cambiara un poco de sitio. Casi todos hacen lo imposible por vivir a través de sus hijos. Y sus hijos hacen lo imposible por complacer a sus padres, o por olvidarse de ellos. Todos viven a través, por o contra algo o alguien que no es ellos mismos. No tiene sentido, y no da buenos resultados. »
Según mi propia anotación, leí la novela en el año 1980. En ese año estábamos enfrascados en el país en un problema de alguna manera generacional, de dimensiones descomunales, que daba un argumento más en favor de la posición del novelista americano. Las generaciones éramos, en efecto, tribus enemigas, anclada cada una en su isla de tiempo. Había una presión ─más exactamente, una represión─ terrible para que los de mi generación siguiéramos con docilidad los pasos de la que nos había precedido. No hubo modo. Cuando todo se recompuso al fin, después de numerosos actos de sangre y de violencia extrema, todo el paisaje había cambiado. Las novelas de Macdonald que leí ese año quedaron más o menos olvidadas en un estante. De una de ellas, El escalofrío, no recordaba absolutamente nada a pesar de que mi memoria de lector es bastante buena. De El otro lado del dólar guardaba solo un breve recuerdo de la trama.
Ross Macdonald se llamaba en realidad Kenneth Millar, y es considerado oficialmente la tercera pata de la tríada que sostiene toda la novela negra norteamericana. Dashiell Hammett fue el primero, cronológicamente y también por categoría literaria; él fue quien sacó la novela criminal de los salones de las clases acomodadas para situarla en las calles de los barrios pobres y en los tugurios de los bajos fondos (la cita de memoria no es exacta, pero sí lo es la sustancia). Raymond Chandler le siguió en el intento, y el énfasis demasiado marcado con el que resalta la superioridad ética del investigador (Philip Marlowe) sobre sus clientes perjudica a menudo, en mi opinión, el equilibrio del relato. Ross Macdonald renovó y retocó con nuevos temas el enfoque rotundamente realista de ambos. La profundidad psicológica de sus personajes es superior a la de sus maestros, y escribió durante casi tres décadas con un nivel de calidad y una agudeza de percepción muy notables, sin apenas altibajos. Retrata una sociedad en cambio acelerado, entre el final de la guerra mundial y la explosión final de los sueños rosados del consumo y el american way of life. Un mundo problemático, trasplantable con facilidad a las situaciones y los conflictos muy diferentes que hemos conocido y vivido en otras latitudes.