domingo, 19 de agosto de 2018

CARRERAS DE GALGOS Y PUNTO CIEGO


Javier Cercas publica un nuevo libro, que recoge el contenido de unas conferencias sobre literatura comparada que dictó en la Universidad de Oxford. Al parecer (no he leído la obra), aborda la anatomía de la obra literaria, después de haber tratado la anatomía de un instante. Su tesis es que en las grandes obras literarias existe un espacio de indeterminación y de ambigüedad que nos permite “apropiarnos” de la obra, y explorar a través y más allá de ella mundos imaginarios, tal vez inexistentes, que nos convierten en “coautores” del texto al lado de Cervantes, de Homero, de Dante o de Melville.
Con Cercas siempre puedes creerte lo que cuenta, o no. En Anatomía de un instante, era más bien no. Aquí compara ese espacio de ambigüedad descubierto por él, esa “zona de sombra” de la gran literatura, con el “punto ciego” del músculo óptico, descubierto por Mariotte. La comparación está muy traída por los pelos. Lo que el ojo no ve en un experimento científico, existe sin embargo con sus contornos muy definidos en la realidad; lo que nos cuenta el literato responde en cambio a la forma peculiar como interactuamos con el mundo que nos rodea; es condición inherente a los humanos actuar con frecuencia desde la ignorancia, el prejuicio, el malentendido o el equívoco. En la sustancia de cualquier narración que merezca el nombre van incluidos estos elementos, así como azares, errores, decisiones aleatorias, alternativas verosímiles: en una palabra, la vida misma. El ejemplo que pone Cercas sobre Don Quijote (¿estaba loco, o no?) no define en absoluto el tono ni los valores de la obra literaria en cuestión. El mismo tipo de ambigüedades y oscuridades se encuentra también en la Biblia, a pesar de que esta, en tanto que supuestamente revelada por la divinidad, debería ser clarividente en todo; y lo mismo ocurre en las historias con narrador omnisciente, cuando de pronto este juega a no serlo tanto en una escena o un recodo de la historia.
Cercas incluye una cita de Borges en apoyo de su tesis: «La inminencia de una revelación que no se produce es, tal vez, el hecho estético.» Lo que dice Cercas, sin embargo, no es lo mismo que dice Borges. Me temo. Lo que dice Borges (seguramente, no puedo poner la mano en el fuego por él) es que el valor estético se define por su mayor o menor proximidad al mundo radiante e inalcanzable de las Ideas absolutas, caso de que estas existan, como creía Platón. Borges ama las paradojas. Le gusta bombardearnos con ellas, pero no pretende que las creamos a pies juntillas. Así se explica el dubitativo “tal vez” incluido en la cita.
Dejemos aquí el asunto, y les cuento un caso que siempre me ha intrigado de elipsis literaria o bien, si lo desean, de “punto ciego”. En varias narraciones, el humorista inglés PG Wodehouse pone en escena a Pongo (Reginald) Twistleton, un jovencito enamoradizo de buena familia que, a la espera de una herencia, vive de unas rentas no tan sustanciosas como él desearía. En ocasiones sufre en su carne las visitas de Tío Fred (Ickenham), un noble encerrado durante casi todo el año en su heredad rural por una esposa autoritaria. Tío Fred aprovecha sus escasas visitas a Londres para, según dice él, emprender excursiones pedagógicas a las que arrastra a su sobrino y en las que se dedica a sembrar a su alrededor “felicidad”, por procedimientos escasamente ortodoxos.
El anuncio de una visita de su Tío Fred empuja automáticamente a Pongo a la barra del bar del Club de los Zánganos, para reclamar del barman la bebida más fuerte de su repertorio de combinados.
Y siempre, en un momento u otro de la aventura, sale a relucir “algo” que sucedió un día aciago en que los dos parientes fueron a las carreras de galgos y que acabó con una noche pasada en el cuartelillo y una fuerte multa. Ambos se cruzan reproches, pero Wodehouse no nos cuenta nunca los pormenores del suceso. A Pongo le entran temblores al recordarlo, eso sí, y Tío Fred repite una y otra vez que aquel policía debió ser más comprensivo y tener una mentalidad más abierta y una visión más amplia de las circunstancias.
He ahí perfectamente circunscrito un típico “punto ciego”, o dicho al modo borgiano, la inminencia de una revelación que nunca llega a producirse. La incógnita no es tan tremenda como la de saber si en la Comedia del Dante el conde Ugolino della Gherardesca se comió realmente a sus hijos, o si simplemente fue a parar al infierno por pellizcar los traseros de las alegres damas florentinas a la salida de la misa de doce en Orsammichele.
Pero también el caso de Pongo y Tío Fred es un legítimo espacio de ambigüedad; un hecho literario.