Javier Cercas
publica un nuevo libro, que recoge el contenido de unas conferencias sobre
literatura comparada que dictó en la Universidad de Oxford. Al parecer (no he
leído la obra), aborda la anatomía de la obra literaria, después de haber
tratado la anatomía de un instante. Su tesis es que en las grandes obras
literarias existe un espacio de indeterminación y de ambigüedad que nos permite
“apropiarnos” de la obra, y explorar a través y más allá de ella mundos
imaginarios, tal vez inexistentes, que nos convierten en “coautores” del texto
al lado de Cervantes, de Homero, de Dante o de Melville.
Con Cercas siempre
puedes creerte lo que cuenta, o no. En Anatomía
de un instante, era más bien no. Aquí compara ese espacio de ambigüedad
descubierto por él, esa “zona de sombra” de la gran literatura, con el “punto
ciego” del músculo óptico, descubierto por Mariotte. La comparación está muy
traída por los pelos. Lo que el ojo no ve en un experimento científico, existe
sin embargo con sus contornos muy definidos en la realidad; lo que nos cuenta
el literato responde en cambio a la forma peculiar como interactuamos con el
mundo que nos rodea; es condición inherente a los humanos actuar con frecuencia
desde la ignorancia, el prejuicio, el malentendido o el equívoco. En la
sustancia de cualquier narración que merezca el nombre van incluidos estos
elementos, así como azares, errores, decisiones aleatorias, alternativas
verosímiles: en una palabra, la vida misma. El ejemplo que pone Cercas sobre Don
Quijote (¿estaba loco, o no?) no define en absoluto el tono ni los valores de
la obra literaria en cuestión. El mismo tipo de ambigüedades y oscuridades se encuentra también
en la Biblia, a pesar de que esta, en tanto que supuestamente revelada por la
divinidad, debería ser clarividente en todo; y lo mismo ocurre en las historias
con narrador omnisciente, cuando de pronto este juega a no serlo tanto en una escena
o un recodo de la historia.
Cercas incluye una
cita de Borges en apoyo de su tesis: «La inminencia de una revelación que no se
produce es, tal vez, el hecho estético.» Lo que dice Cercas, sin embargo, no es
lo mismo que dice Borges. Me temo. Lo que dice Borges (seguramente, no puedo
poner la mano en el fuego por él) es que el valor estético se define por su
mayor o menor proximidad al mundo radiante e inalcanzable de las Ideas
absolutas, caso de que estas existan, como creía Platón. Borges ama las
paradojas. Le gusta bombardearnos con ellas, pero no pretende que las creamos a
pies juntillas. Así se explica el dubitativo “tal vez” incluido en la cita.
Dejemos aquí el
asunto, y les cuento un caso que siempre me ha intrigado de elipsis literaria o
bien, si lo desean, de “punto ciego”. En varias narraciones, el humorista inglés
PG Wodehouse pone en escena a Pongo (Reginald) Twistleton, un jovencito enamoradizo de
buena familia que, a la espera de una herencia, vive de unas rentas no tan
sustanciosas como él desearía. En ocasiones sufre en su carne las visitas de Tío
Fred (Ickenham), un noble encerrado durante casi todo el año en su heredad
rural por una esposa autoritaria. Tío Fred aprovecha sus escasas visitas a
Londres para, según dice él, emprender excursiones pedagógicas a las que
arrastra a su sobrino y en las que se dedica a sembrar a su alrededor
“felicidad”, por procedimientos escasamente ortodoxos.
El anuncio de una
visita de su Tío Fred empuja automáticamente a Pongo a la barra del bar del
Club de los Zánganos, para reclamar del barman la bebida más fuerte de su
repertorio de combinados.
Y siempre, en un
momento u otro de la aventura, sale a relucir “algo” que sucedió un día aciago en
que los dos parientes fueron a las carreras de galgos y que acabó con una noche
pasada en el cuartelillo y una fuerte multa. Ambos se cruzan reproches, pero Wodehouse
no nos cuenta nunca los pormenores del suceso. A Pongo le entran temblores al
recordarlo, eso sí, y Tío Fred repite una y otra vez que aquel policía debió
ser más comprensivo y tener una mentalidad más abierta y una visión más amplia
de las circunstancias.
He ahí perfectamente
circunscrito un típico “punto ciego”, o dicho al modo borgiano, la inminencia
de una revelación que nunca llega a producirse. La incógnita no es tan tremenda
como la de saber si en la Comedia del Dante el conde Ugolino della Gherardesca se
comió realmente a sus hijos, o si simplemente fue a parar al infierno por
pellizcar los traseros de las alegres damas florentinas a la salida de la misa
de doce en Orsammichele.
Pero también el caso
de Pongo y Tío Fred es un legítimo espacio de ambigüedad; un hecho literario.