En una entrevista
televisada por la Agència Catalana de Notícies, el portavoz de la CUP, Carles
Riera, ha advertido al president
Torra de que una nueva convocatoria anticipada de elecciones sería un acto de
cobardía.
Me resulta difícil
aquilatar la trascendencia potencial de la cobardía en el terreno de la
política. Es más, me resulta extraña la misma existencia de una escala con la
que medir la gallardía o la cobardía de un acto político determinado.
Dice Riera que su
formación no volverá a caer en la trampa de aprobar unos presupuestos para
desatascar el camino de la independencia, porque ya se vio el año pasado que
los presupuestos respaldados por los cupaires no tuvieron esa utilidad. Lo cual
es razonable: el 1-O habría tenido lugar lo mismo con o sin presupuestos, y el
pantanal en el que chapoteamos se extendería en la misma latitud y profundidad.
Puestas así las cosas, para este año resulta lógico en un dirigente como Riera
que exija, o bien una ruptura previa con el Estado, o unos presupuestos de
contenido significativamente rupturista; y caso de no ser así, es consecuente
que niegue su voto a la minoría mayoritaria. El año pasado, debido tal vez a que
le afectara esa famosa hora tonta que todos padecemos, dio la sensación de que
la CUP prefería cerrar los ojos al ejercicio de mareo de la perdiz por parte de
las distintas partes de la primera parte contratante, y prestar sus votos a
ciegas para aquello que en definitiva sucediere. Si con barba San Ramón, si sin
ella la Purísima.
Este año en cambio
la cosa va en serio, pues. O se efectúa una proclamación de la independencia con
cara y ojos y con todas las consecuencias, o no habrá presupuestos. Parece,
dicho así, una postura consecuente. No práctica, pero sí consecuente.
Ahora bien, la
prédica añadida por Riera sobre la cobardía de Torra no venía a cuento en esa
historia. La CUP no está en el Govern de la Generalitat, y las consecuencias de
la declaración que propugna no recaerían sobre sus afiliados/as. Anna Gabriel
se trasladó en su momento a Suiza sin tener ninguna imputación pendiente. Se habló
de exilio y de represalias y de persecución, pero nunca hubo nada de todo ello.
No diré que Gabriel actuó con cobardía en aquel trance (y allí sigue, gastando
en el exilio sus ahorros privados, porque es impensable que siga recibiendo una
paga institucional en sus circunstancias); pero, entre nosotros, tampoco se ha comportado
con toda la inmensa gallardía que cabría esperar en una defensora radical de la
república catalana. No ha dejado alto el pabellón de la CUP.
Carlos Riera y sus
cofrades cupaires deberían aprender algunas verdades sencillas que siempre han
estado en vigor entre el pueblo llano. Por ejemplo, que no es lo mismo repicar
que estar en la procesión. Que tampoco lo es predicar que dar trigo. Y que los
toros se ven de distinta manera en el ruedo y desde detrás de la barrera.
Cuando hayan hecho el correspondiente máster sobre sabiduría popular, podrán
venir libremente a darnos lecciones a todos, en la seguridad de que les haremos
el caso que merecen.