El Gobierno
renuncia a convertir el valle de Cuelgamuros en un museo de la memoria
histórica. El problema, dice Pedro Sánchez, está en la dificultad de “resignificar”
el monumento. Cierto. El “Valle” fue levantado a partir de unas coordenadas
ideológicas muy precisas, y dotado de una carga estética consecuente con esa
ideología. Podemos discutir interminablemente sobre el significado de la cruz
como símbolo en general y en particular. Pero la Cruz de los Caídos es
de forma manifiesta, provocativa, jactanciosa, una Cruz Totalitaria. Como
lo es la cúpula de Bramante en la basílica romana de San Pedro. Símbolos propuestos
para adoctrinarnos a los humanos en el hecho de que somos polvo y al polvo
volveremos, en contraste con la vigencia eterna y la majestad inmensa de la Idea (de la
Idea que sea). Símbolos herméticos, solipsistas, que en ningún caso y para ningún
efecto admiten la diversidad de puntos de vista, el contraste y la
discrepancia.
Era un mal negocio
desde el principio reciclar la basílica como museo. Los museos, además, no son
un buen lugar para la memoria. Quiero decir la memoria personal, que está viva
y activa y se resiste a ser clasificada y pasar a ocupar un lugar definido con
una etiqueta identificativa. El argumento que se intentó avanzar, de que un museo de
la memoria podría tener alguna utilidad para la reconciliación entre las dos
Españas, es absurdo. La reconciliación no vendrá de un reexamen del pasado,
sino en todo caso a partir de un proyecto de futuro compartido. Convertir el
pasado conflictivo en un pasado común en el que las heridas se cerrarán por sí
mismas sin que nadie se haya movido del lugar que ocupaba, es pura ficción.
En consecuencia, el
"Valle" se convertirá, según el proyecto rectificado, en un cementerio civil situado
al lado de una basílica custodiada por monjes benedictinos, que seguirán
funcionando a su aire.
Bueno. Ningún civil
realmente civil deseará ser enterrado allí. El lugar, profanado indeleblemente,
seguirá siendo lo mismo que es ahora, con Franco aún dentro: un santuario
facha. Pero cuando Franco ya no esté presente de guardia junto a los luceros, tal
vez acabemos de una vez con la mentira ominosa de que ese es un lugar concebido
para todos los españoles, en el que caben todos los españoles, y todos pueden
dialogar y coincidir pacíficamente a la sombra de esa cruz tensa y vigilante
que asciende en flecha casi hasta la estratosfera.
Será tan solo uno de
tantos lugares más que procuramos evitar por hábito de higiene mental, en
nuestras excursiones por la zarandeada piel del toro.