miércoles, 29 de agosto de 2018

LOS MUSEOS NO SON LUGAR PARA LA MEMORIA


El Gobierno renuncia a convertir el valle de Cuelgamuros en un museo de la memoria histórica. El problema, dice Pedro Sánchez, está en la dificultad de “resignificar” el monumento. Cierto. El “Valle” fue levantado a partir de unas coordenadas ideológicas muy precisas, y dotado de una carga estética consecuente con esa ideología. Podemos discutir interminablemente sobre el significado de la cruz como símbolo en general y en particular. Pero la Cruz de los Caídos es de forma manifiesta, provocativa, jactanciosa, una Cruz Totalitaria. Como lo es la cúpula de Bramante en la basílica romana de San Pedro. Símbolos propuestos para adoctrinarnos a los humanos en el hecho de que somos polvo y al polvo volveremos, en contraste con la vigencia eterna y la majestad inmensa de la Idea (de la Idea que sea). Símbolos herméticos, solipsistas, que en ningún caso y para ningún efecto admiten la diversidad de puntos de vista, el contraste y la discrepancia.
Era un mal negocio desde el principio reciclar la basílica como museo. Los museos, además, no son un buen lugar para la memoria. Quiero decir la memoria personal, que está viva y activa y se resiste a ser clasificada y pasar a ocupar un lugar definido con una etiqueta identificativa. El argumento que se intentó avanzar, de que un museo de la memoria podría tener alguna utilidad para la reconciliación entre las dos Españas, es absurdo. La reconciliación no vendrá de un reexamen del pasado, sino en todo caso a partir de un proyecto de futuro compartido. Convertir el pasado conflictivo en un pasado común en el que las heridas se cerrarán por sí mismas sin que nadie se haya movido del lugar que ocupaba, es pura ficción.
En consecuencia, el "Valle" se convertirá, según el proyecto rectificado, en un cementerio civil situado al lado de una basílica custodiada por monjes benedictinos, que seguirán funcionando a su aire.
Bueno. Ningún civil realmente civil deseará ser enterrado allí. El lugar, profanado indeleblemente, seguirá siendo lo mismo que es ahora, con Franco aún dentro: un santuario facha. Pero cuando Franco ya no esté presente de guardia junto a los luceros, tal vez acabemos de una vez con la mentira ominosa de que ese es un lugar concebido para todos los españoles, en el que caben todos los españoles, y todos pueden dialogar y coincidir pacíficamente a la sombra de esa cruz tensa y vigilante que asciende en flecha casi hasta la estratosfera.
Será tan solo uno de tantos lugares más que procuramos evitar por hábito de higiene mental, en nuestras excursiones por la zarandeada piel del toro.