Arriba tienen la
imagen de una muchachita en apuros. Está corriendo por su vida, con pocas
probabilidades de éxito. La pieza escultórica fue desenterrada en las
excavaciones del santuario de Eleusis (Ática, Grecia). Posiblemente formara
parte del frontal de un templo menor; posiblemente se trate de Perséfone, ninfa
de la primavera, sexualmente acosada por Hades (el Plutón romano), que quiere
llevársela a su reino del inframundo y tenerla allí encerrada para gozarla en
exclusiva.
Sobre Eleusis y sus
circunstancias escribí un post hace ya algunos años (1). La muchacha que corre
por su vida puede ser el símbolo de tantas cosas, ahora mismo, en un mundo
caracterizado por la depredación. Depredación de la naturaleza y de género, que
vienen a reducirse a lo mismo, a la destrucción de bienes preciosos para una
convivencia en armonía, frágil y prácticamente irrecuperable una vez perdida.
Depredación del trabajo, de otro lado, que representa un paso más allá en la
explotación, porque se trata de una explotación indecente, despectiva, sin
miramientos, desatenta incluso a aquella ley de bronce del salario que lo
situaba en el punto mínimo en que aún posibilitaba cubrir la tasa de
reproducción.
Crece la indigencia
en un mundo abonado al despilfarro. Crecen las tasas de suicidios y de
sobredosis, y muere de forma masiva gente en incendios provocados, en
secuestros organizados, en atentados servidos por ideologías brumosas, en
accidentes de tráfico mal prevenidos, en naufragios de pateras dirigiéndose hacia paraísos dudosos, en golpes de calor consecuencia de un
cambio climático desatendido. La hostilidad hacia la naturaleza nos devuelve
una naturaleza más hostil hacia la humanidad. Delante de las fuerzas destructivas
que pretenden engullirnos, cada vez nos es más forzoso correr, correr por
nuestra vida.