Dice Pere Navarro
que el procés catalán se estudiará el
día de mañana en las escuelas de marketing. Mi opinión personal es que el
proceso ha sido el inverso: los expertos en vender viento han pedido una excedencia
ilimitada en las escuelas de marketing y han ido a encontrar un lugar propicio para
desarrollar a fondo sus instrumentos de persuasión en las prietas filas patentes
u ocultas del escalafón de una Generalitat que desde hace ya años se ha
convertido en mero escaparate de una idea pura, desencarnada de toda sustancia.
En el mismo orden
de constataciones de Navarro, Joan Esculies se pregunta (también en elpais) qué
pretende la Crida Nacional, artefacto electoralero debido a la inspiración
multimediática del omnipresente sí/no/president Puchi. Concluye Esculies que
la tal Crida no es en absoluto un intento de entesa entre
las dos grandes fuerzas independentistas, PDeCAT y ERC (la CUP nunca ha contado
para nada, salvo como torna necesaria
para cuadrar el número de escaños parlamentarios de la mayoría), sino un
proceso de adhesión individual a un dogma nuevo, situado al margen de los partidos ─
no se olvide que nos estamos moviendo en el terreno de la antipolítica ─ y basado en exclusiva en los movimientos del
corazón.
El corazón, lo dijo
Blas Pascal, tiene razones que la razón no conoce. Este es su punto débil, y en él
trata de incidir por saturación el artefacto de marketing lanzado por el
hombre de Waterloo que no es ni Napoleón, ni Wellington, ni un miembro de ABBA.
Todo encaja (pero únicamente durante el tan citado cuarto de hora crítico, “tonto”,
que todos tenemos) cuando el corazón, en la cercanía del crepúsculo de un día veraniego
especialmente bochornoso, se deshilacha en una languidez monótona y recae en
los anhelos incorpóreos de una independencia transparente perceptible apenas en
el horizonte como un cendal flotante de leve bruma.
No hace falta
estudiar un fenómeno tan raro y singular en las escuelas de marketing. El
tocomocho o la lotería piramidal sirven igual.