El Museo del Prado
ha confeccionado una lista de quince obras “imprescindibles” de su colección, como
guía para personas que solo dispongan de una hora para visitarlo (1). Son
quince obras magníficas, sin la menor duda. A partir de ahí empiezan las
preguntas.
¿Es suficiente una
hora de visita? ¿Es útil, siquiera? Eugeni D’Ors proponía tres; hizo un libro
sobre el asunto. Eran otros tiempos, quizá, y los visitantes estaban dispuestos
a gastar más tiempo en este tipo de frivolidades.
¿Es adecuado el
ritmo de visionado de quince obras maestras en tan solo una hora? Cada pieza va
explicada, al parecer, en una ficha muy completa con contenido multimedia. Uno
puede estudiarse previamente el contenido, entonces, como si se tratara de un
examen, y ejecutar luego la performance a la carrera, sin perder compás. Quizá
no sea el método más adecuado para disfrutar del arte, pero aquí nadie ha
hablado de disfrutar, sino de hacerse en un tiempo mínimo una idea ajustada de
la importancia y variedad de los contenidos museísticos.
Eso provoca una
pregunta de un orden diferente: ¿para qué va uno a un museo? ¿De qué,
exactamente, pretende informarse? ¿Qué es lo que va a disfrutar en primer
lugar, el cúmulo de información o la impresión estética?
Más preguntas. ¿Son
esas quince obras las más relevantes del Prado, el top fifteen por expresarlo de alguna manera? La respuesta obvia es
que no. Desde cualquier criterio o canon que se utilice, habrá más de una
docena de lienzos de Velázquez situados por encima (muy, muy por encima) del
mejor Tiépolo posible. A pieza única por autor, las elegidas han sido las Meninas. De acuerdo. Pero ¿y
las Hilanderas, la Rendición de Breda, el Bobo de Coria, la Fragua de Vulcano?
¿Cuántas horas habrá que prolongar la visita si uno desea disfrutar de todo lo
que los grandes maestros ─incluso solo los realmente muy grandes─ nos dejaron
en herencia?
Forman parte de la
selección los Fusilamientos de Goya, pero no la Familia de Carlos IV, ni las
Majas, ni retratos femeninos inolvidables como el de la condesa de Chinchón.
Luego, falta el Tránsito de la Virgen, de Andrea Mantegna, el cuadro que habría
elegido D’Ors si le dieran la oportunidad de llevarse uno.
¿Puede juzgarse
algo tan subjetivo como el mérito artístico con criterios objetivos? ¿Con
algoritmos, por ejemplo?
Lo que se está ofreciendo,
en realidad, es un digest de los
contenidos del Prado para profanos, imagino que suntuosamente preparado. Un “pack Prado” con certificado de garantía
para que incluso el visitante más desprevenido pueda calibrar por sí mismo, en
un tiempo forzosamente limitado por el tráfago de la vida actual, de qué va la
cosa en el funcionamiento de una pinacoteca.
Quince obras
maestras como resumen último, desencarnadas de su época, de su estética
particular, del objeto para el que fueron compuestas, de la corriente
inacabable de obras contemporáneas contrastables con ellas, de la psicología, la
sociología, la ideología y la economía que les dieron vida. Aparecen entonces
exentas de trasfondo, conceptuadas como cimas de algo que no se sabe bien qué
es, por falta de puntos sólidos de referencia.
Ofrecer el Prado en
una hora me recuerda inevitablemente la propaganda de esos métodos para aprender
idiomas sin esfuerzo, sin casi darse cuenta y en un tiempo récord.
No se ganó Zamora
en una hora, dice la sabiduría popular. El Prado, tampoco. Al Prado siempre hay
que volver.