Hace unos días, y a
propósito de la sensación de “pasado vivo” que me asaltó en una visita a las
ruinas de Pompeya, cité de pasada el ensayo de Freud sobre la “Gradiva” de
Jensen. Ayer tuve el volumen en mis manos (Psicoanálisis
del arte, Alianza Editorial 1970, págs. 105-200, trad. Luis
López-Ballesteros de Torres) y comprobé lo mal que había citado de memoria el
argumento de la obrita.
No hay mal que por
bien no venga. Encontré la referencia al bajorrelieve causa de los delirios y
sueños del protagonista de la novela, que se conserva en los Museos Vaticanos; lo
tienen sobre estas líneas. Es obra griega, muy anterior a la época de
florecimiento de Pompeya, y forma parte de un tríptico en el que tres doncellas
se adelantan a depositar una ofrenda. El punto clave es la posición del pie
retrasado, casi perpendicular al suelo.
Supe también que
Freud y Jung entraron en contacto con W. Jensen en un intento de “psicoanalizar”
las fuentes inconscientes de su obra literaria. El anciano autor se lo tomó
fatal, se ofendió sin remedio y les mandó a tomar viento. Todo lo que había
escrito, dijo, era fruto de su fantasía creadora, no de porquerías de erotismos
reprimidos.
Freud se tomó el
intento fallido con humor apacible. Esto es lo que dice en el propio ensayo:
«Todo esto nos demuestra que el poeta no puede por menos de ser algo
psiquiatra, así como el psiquiatra algo poeta.»
La idea expresada
con tanta concisión por el maestro vienés hizo fortuna mucho más allá de lo que
puede parecer a primera vista. Thomas Mann, que habría aceptado con gusto la proposición
que Jensen rechazó, investigó en algunas de sus obras cruciales el “territorio
común” a la práctica artística y a la enfermedad. El tema se insinúa ya en Los Buddenbrook, con la subversión de
los sólidos valores comerciales de la firma hanseática debida al injerto de
sangres más cálidas y propicias a la fantasía, siquiera musical. En Muerte en Venecia y La montaña mágica se despliega ya una forma de asociación
indisoluble según la cual arte y enfermedad pertenecen a la misma dimensión peculiar
y “anormal” de la percepción humana.
Con el movimiento surrealista
se produjo una saturación de la correlación arte/inconsciente, tratada de una
forma bastante mecánica; y así fue posible vislumbrar también los límites y las limitaciones
de una analogía forzada hasta el exceso.
Vuelvan la vista al
relieve de Gradiva, “la que esplende al avanzar”. Ahí está ese pie retrasado,
en posición casi perpendicular al suelo. Si ese mármol esconde un misterio, a
ustedes en definitiva toca decidirlo.