Un líder de opinión
tan señalado como Iker Casillas ha tuiteado que lo del hombre en la Luna fue
una milonga rodada en un plató con muchos efectos especiales y difundida después
por la NASA con intenciones propagandísticas.
La declaración no
desmerece al lado de la del por entonces aún no jefe del Gobierno Mariano Rajoy
cuando afirmó que si su primo, catedrático de Física, no era capaz de predecir
el tiempo que haría el día siguiente, cómo podía ser científicamente creíble un
cambio climático venidero a años vista.
A ellos no se la
dan con queso. La sociedad de la información habrá de esmerarse si quiere que
espíritus fuertes como Iker y Mariano pasen por el aro de sus informaciones inverosímiles.
La actitud de los
dos prohombres es paradigmática, y tiene relación con el síndrome que padece la
numerosa gente a la que “nadie había informado” del atasco, o el incendio, o la
inundación, o el retraso, o la huelga, o el acontecimiento cualquiera que sea
en el que se han visto involucrados. En la mayoría de los casos, la información
existía, y circulaba, y bastaba con preguntar para obtenerla.
Así pues, unos no
valoran adecuadamente la información disponible, y otros no se preocupan de
obtenerla, dando por supuesto que no será relevante. Demasiado acostumbrados al
“nunca pasa nada”, y a la convicción de que nuestra seguridad no depende de
nosotros mismos sino de agentes situados por encima de nosotros, estamos
padeciendo un descenso sensible en la eficiencia de nuestro propio equipamiento
de serie para la supervivencia en el día a día.
La conclusión
provisional, a lo que yo entiendo, es que en nuestra generación y en los países
avanzados en general, se han adormecido tanto el instinto de curiosidad, que ha
permitido a la especie la mejor adaptación posible al entorno, como el instinto
de supervivencia, que le ha permitido superar dificultades de todo tipo en las
ocasiones en que un entorno amistoso se ha vuelto inesperadamente hostil.
Un abuelo dejó
encerrada por la mañana en el coche a su nieta de pocos meses, y solo volvió a
acordarse de ella en el bochorno de las tres de la tarde. Una turista madrugó
para salir a correr por los alrededores de su hotel en Costa Rica, en una zona
insegura. Otros turistas en Lombok se han quejado de que después de un
terremoto catastrófico se vieron obligados a sobrevivir enteramente solos. Son noticias
de sucesos recientes que indican una cierta desorientación en la tarea de cada
cual de cuidar celosamente de sí mismo y de quienes tiene a su cargo; además
de, por supuesto, reclamar toda la ayuda posible de los demás.
Mientras, el
incendio de Gandía ha sido un eco lejano del otro incendio del Ática, por
causas muy similares. Y en Mendocino y otros lugares de California se han
quemado ya 332.000 hectáreas de bosque y edificaciones, la mayor extensión de
la historia en un solo año. Las causas son complejas: más calor, más sequía, una
mala gestión de los bosques, nuevas urbanizaciones sin planificación adecuada…
Según el gobernador del estado, el demócrata Jerry Brown, luchador convencido
contra el cambio climático, estas condiciones corresponden a «la nueva
normalidad».
Desde California al
Mediterráneo, a todos nos conviene, entonces, ponernos las pilas, individual y
colectivamente. Esta es la pauta para la nueva época. Mientras no hayamos conseguido
alejar sus amenazas, habremos de orientarnos trabajosamente en el nuevo
entorno, en lugar de ir de enterados como Iker y Mariano.