En las obras de la
futura estación de tren de la Sagrera, en Barcelona, han aparecido las fosas en
las que se sepultó a 318 soldados del ejército sitiador durante la guerra del
Segadors. La mayoría de ellos debieron de morir de peste, a juzgar por la
ausencia de heridas y lo precipitado del enterramiento. No se descarta que
aparezcan más osamentas, en un nivel inferior del suelo. La historia recupera
de ese modo retazos fehacientes de su paso por un lugar determinado. Los
especialistas examinarán los restos y sabrán algo más de las condiciones de
vida, de los hábitos de las personas y de sus carencias, en el año preciso de 1651.
Una trascendencia mayor
para el conocimiento de nuestros antecedentes lejanos tienen el descubrimiento
de una tumba minoica en Ierápetra, en el sur de Creta, y el hallazgo en Siberia
de los restos de una muchacha mestiza de dos especies distintas del género
Homo. Los nuevos hallazgos rectifican hipótesis previas y nos permiten aproximarnos
un poco más al tenue hilo rojo del que pende nuestra propia existencia.
La memoria
histórica anda depositada en los archivos, pero también enterrada en miríadas
de lugares, algunos de los cuales son accesibles aún; otros, ya no. Las
exhumaciones implican una mayor riqueza de datos objetivos y, en consecuencia, un
plus de conocimiento de nosotros mismos. Responden a un interés científico.
No es el caso de
Francisco Franco. De él sabemos ya todo lo que podemos y deseamos saber. Su
exhumación no servirá para nada a la ciencia. El motivo es distinto: está
enterrado en la vertical de un monumento erigido a modo de faro que sirve de guía
a los navegantes, o de péndulo de Foucault cuya oscilación cubre sucesivamente todas las
posiciones posibles del círculo en el que se inscribe. En un contexto, por
tanto, de “atado y bien atado”.
La sepultura de
Franco es un anacronismo estruendoso. Se alinea de forma voluntaria y enteramente
consciente con hitos religiosos tales como la tumba del Apóstol en Compostela o
el Pilar de la Virgen en Zaragoza. Eso sí es profanación, incluso para los
muchos que relativizamos la categoría de lo “sagrado” y la situamos en un plano
sociológico mundano, y no en la esfera de lo trascendente.
Hay una intención
política y una pretensión prometeica insufribles en el enterramiento de Franco
y en sus circunstancias. La exhumación será el modo de reintegrar de forma
definitiva al ámbito de lo privado a quien fue en su momento figura pública,
cuando su persona y su legado han caído sin remedio en la más total
obsolescencia.